por Mercedes Orden
Ojos, corazón y pensamiento son expulsados de la sociedad del
capital, son residuos de una época a olvidar.
Bifo Berardi
I.
¿Cuándo fue que la cotización del dólar se convirtió en una obsesión? El cortometraje Un movimiento extraño (2024) de Francisco Lezama nos enfrenta al modo en que las relaciones de intercambio material rigen las relaciones afectivas a partir de seguir la cotidianidad de una guardia de museo que anticipa, con un péndulo, la subida de la divisa estadounidense. Tras ser despedida de su puesto laboral, la protagonista logra sacar rédito de esa situación al convertir a dólar su indemnización antes que ocurra un alza de su valor. La buena racha continúa al conocer, gracias al acto de compra y venta, a un chico que trabaja en una casa de cambio quien le permite concretar su deseo de encuentros sexuales express. Al igual que en La novia de Frankenstein y Dear Renzo -cortometrajes codirigidos por Agostina Gálvez y Lezama– temas y motivos se repiten: el péndulo, los dólares, los trabajos informales, los encuentros fugaces y los diferentes tipos de intercambio se imponen en un presente que emerge en tanto totalidad, donde el deseo inmediato se apoya en personajes de apariencia ahistórica que recorren ciudades intentando ganarse la vida y atrapar una felicidad efímera sin la capacidad de pensar proyectos a largo plazo.
Si los personajes del Nuevo Cine Argentino de mediados de los noventa se construían en tanto emergentes del período transicional y sin oportunidades entre el menemismo y la crisis, los cortometrajes de Lezama recuperan esa herencia a partir de la construcción de protagonistas cuya forma de habitar ostenta su falta de referencias, donde lo único que parece importar es la supervivencia y el mero transitar. Las experiencias se actualizan al insertarse en una era digital donde el vocabulario bursátil se naturaliza y el imaginario cambiario se impone. Lo que acontece es la creencia superficial y sintomática de un presente donde las formas de vinculación ocurren del mismo modo, donde los cuerpos pierden su sensibilidad frente a una lógica de mercado que los atraviesa.
En la obra de Lezama y Gálvez, al igual que el peso argentino, las formas de vinculación parecen devaluadas, hundidas en un presente que confirma el quiebre de los lazos sociales y donde la alienación no da tiempo a pensar qué ocurre con el pueblo. En un escenario de precarización, sin ninguna esperanza de ascenso social, donde la incertidumbre impera, el péndulo es lo único que puede dar alguna respuesta. Desprovisto de su carácter sagrado, la creencia queda desplazada al mero objeto: se confía en el péndulo como se confía en el dólar. En una confirmación del abandono de los cuerpos al lenguaje y la intención de las relaciones mercantiles Lezama logra captar con habilidad un gesto de época en un mundo donde la ritualidad, si existe, ha quedado relegada a la actividad de compraventa de divisas. Allí se insertan lxs personajes incapaces de pensar más allá de ellxs, donde el futuro no logra interpelación alguna.

II.
En un presente donde las subjetividades se construyen en torno a la especulación financiera, el cine no se encuentra exento de esta tendencia sino que lo replica en los diferentes circuitos de realización, exhibición y difusión -basta con pensar cómo se crean las películas, cuáles se programan, sobre qué directores se escribe, qué temáticas se abordan-. El lucro individual, la competencia y el deseo de no estar fuera de la lógica de legitimidad alcanza al acto creativo y le da forma a sus narrativas. En Argentina, la falta de una cinemateca nacional -demanda cada vez más lejana mientras nos enfrentamos a una gestión que celebra el desfinanciamiento total de la industria audiovisual nacional- confirma no sólo la preeminencia de lo espontáneo, sino también el modo en que triunfa el imaginario individual incluso en la desidia que acompaña la falta de preservación del patrimonio audiovisual.
La desintegración social que recupera este contexto crea el terreno propicio para los ataques de un discurso oficialista que parece habernos tomado por sorpresa al llevar la discusión sobre el cine nacional hacia la pregunta por la utilidad -¿Qué películas llevan más espectadores? ¿Cuáles sirven?-, pero quizá haya que preguntarnos si no estábamos ya en este terreno al aceptar que las obras sean interpretadas en base a los principios de la especulación capitalista y la novedad for export. La situación del cine en general y los cortometrajes de Lezama en particular nos ubican en un presente financiero donde las identidades están mediadas por el capital. Atender a las dinámicas cotidianas, cuestionar los modos de hacer implica recuperar la pregunta sobre cómo nos pensamos. Lejos de quedarnos entrampadxs en la crítica sobre el cine y las lógicas de poder, la pregunta sería cómo cómo reparar lo roto, cómo nos reconstruimos para imaginar, dentro de la práctica cinematográfica y cinéfila, otros modos de habitar para que la defensa de lo colectivo se formule como un punto de partida.