por Mercedes Orden
Del rostro de un soldado a las botas de un grupo ubicado en fila. De frente, un uniformado da la orden y el resto comienza a marchar a un mismo ritmo, con sus espaldas erguidas y paso redoblado, mientras se escucha una banda militar. Una placa contextualiza: «Entre 1976 y 1983 los gobiernos militares hicieron ‘desaparecer’ a muchos miles de ciudadanos argentinos». La música irrumpe, la canción «Todo es ausencia», interpretada por Ana Belén acompaña los pañuelos blancos y los pasos de sandalias y zapatos que llevan a cabo un recorrido circular alrededor de la Pirámide de Mayo, son lxs familiares de las víctimas que exigen la aparición con vida de sus hijxs y nietxs secuestradxs durante la dictadura cívico militar.
Desde el exilio, Rodolfo Kuhn dirige Todo es ausencia (1984) el primer documental que aborda la temática de lxs desaparecidxs tras el retorno democrático. Producido por la Televisión Española y con guion de Osvaldo Bayer, el film denuncia las violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por la cúpula militar con complicidad civil y eclesiástica. Estructurado en tres partes, la película se centra en los testimonios de cinco mujeres que narran el modo en que sus familias fueron destruidas a causa de asesinatos, secuestros y desapariciones forzadas y los pone en diálogo con un material de archivo procedente de distintos medios de comunicación. Bajo la modalidad expositiva, una voz over presenta a cada una -su nombre, edad, ocupación, lugar de residencia-. Ellas miran a cámara, interpelan a sus espectadores , mientras las fotografías de sus seres queridxs condensan las múltiples ausencias.
I.
Sentada en el living blanco de su hogar, entre portarretratos y cuadros de la familia, Marta del Carmen Francese de Bettini narra el asesinato de su hijo y las desapariciones de su esposo, su yerno y su madre. Sobre el secuestro de su hijo Marcelo, de 21 años, ocurrido el 9 de noviembre de 1976, la mujer se pregunta cuál fue el motivo, por qué lo mataron si el joven había salido junto a un compañero, tenían los documentos en perfecto estado, estaban sin armas, indefensos. Se responde que fue por comprender el verdadero Evangelio, “esa doctrina social de la Iglesia la habían llevado hasta sus últimas consecuencias y compartían con los pobres”. Señala que fue su compromiso y su convicción de estar haciendo lo que debían lo que llevó a la generación de su hijo a hacer lo que su propia generación no tuvo el coraje y pagaron con su vida. El archivo irrumpe con una foto de Jorge Rafael Videla presentado en su discurso de asunción al poder en 1976 donde justifica el proceder de los militares: “Las fuerzas armadas saben que el esfuerzo que realizamos todos tiene un natural heredero, la juventud argentina. A ella le ofrecemos la autenticidad de nuestros hechos, la pureza de nuestras intenciones”. Esa herencia a la que refiere es confirmada como el blanco de ataque contra el que ejercieron principalmente su violencia. A esta idea se unirá luego la frase del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Ibérico Saint-Jean, en el mismo año, de una forma más clara respecto a sus intencionalidades: «Primero mataremos a los subversivos, después a los colaboradores, después a los simpatizantes, después a los indiferentes y por fin a los tímidos».
Tras el relato de una peregrinación por distintas comisarías hasta dar con el cadáver de Marcelo, encontrado en una fosa común de la ciudad de La Plata -entregado como una concesión muy especial lograda acaso por los contactos de la familia con el poder o su condición de clase-, tres meses después desaparece el fiscal y profesor universitario Antonio Bautista Bettini, de 60 años, y a los dos días, su yerno Jorge Alberto Devoto, teniente de fragata de la Marina de Guerra Argentina, de 29 años, luego de ingresar al edificio Libertad en búsqueda de explicaciones sobre el paradero de su suegro. En la reconstrucción de estas dos desapariciones, se une al relato de Marta el testimonio de su hija Marta Bettini de Devoto. En otro sillón y otro living de paredes claras de la misma ciudad (Madrid) ella se pregunta cómo pudo desaparecer un hombre como su padre, profundamente católico, ortodoxo, rígido en sus ideas, pero muy humano. La Facultad de Derecho de La Plata aparece en cuadro, en las paredes del exterior se observan los siluetazos que denuncian las desapariciones. La hija, que también era su alumna, no comprende por qué secuestraron a este profesor que provocaba la indignación de sus compañerxs al pronunciarse contra el aborto, el divorcio, las relaciones extramatrimoniales, tampoco a su marido, pero llega también a una certeza: el equívoco de la familia a la hora de elegir sus amistades. Quizá por la confianza de moverse en cierto círculo de poder, las mujeres supusieron que encontrarían el apoyo de sus conocidxs, pero en su lugar las omisiones confirmaron cierta complicidad no solo en los secuestros, sino también en los robos de forma selectiva a sus propiedades cuando ellas se vieron obligadas al exilio. Primero fue el turno de Uruguay -donde la Marina llegaría siguiendo sus pasos, secuestrando a sus parientes y torturándolos para averiguar dónde estaban ellas-, luego Madrid, donde terminarían estableciéndose. Desde allí plantearían una serie de búsquedas, gestiones y entrevistas con referentes de la Iglesia que resultaron vanas. Fue en España donde se enteraron de la desaparición de María Mercedes Hourqubie de Francese, madre de Marta, el 3 de noviembre de 1977 a sus 77 años.
En tiempo presente, el documental encuentra a Marta recorriendo las calles de Madrid, ingresando a sus iglesiasmientras se escucha la frase de monseñor Victorio Bonamín, provicario castrense: «Cuando hay derramamiento de sangre hay redención. Dios está redimiendo a través del ejército a la nación argentina». La mujer conversa acerca de la fé católica que mantiene a pesar de sentirse defraudada de una cúpula que apoyó, acompañó las torturas y silenció lo ocurrido. Menciona al monseñor José Plaza, arzobispo de La Plata, acusado de encubrir secuestros, torturas y de no interceder por lxs desaparecidxs, además de narrar su intento de entrevistarse con el Cardenal Primatesta en el Vaticano, quien no quiso recibirlas ni respondió a sus cartas. A su vez, la hija recuerda los contactos a los compañeros de su esposo, el momento en que tras la noticia del desembarco de la Fragata Libertad en el puerto de Galicia, llamó a un amigo cercano de la familia quien respondió a sus preguntas con evasivas. Su testimonio concluye: “Unos porque eran actores directos del tema y otros por complicidad, por acción o por omisión, todos tuvieron que ver”. También cuenta el momento en que Emilio Massera le mandó a decir que los hechos no habían ocurrido como los planteaba. Ella le responde mirando a cámara: “Pienso que si él sabe que no son así, es porque sabe de qué manera realmente ocurrieron, entonces sería muy interesante saber qué es lo que pasó realmente, habría que preguntárselo a él”.

II.
En un viaje en auto los rostros de Antonia Acuña de Segarra y María Alexiu de Ignace son presentados: la primera, ama de casa, la segunda, empleada, ambas provenientes de la ciudad de Mar del Plata. Llegan hasta el banco de una plaza desde donde relatan, unidas, sus vivencias. En primer plano Antonia describe el modo en que estaba compuesta su familia: su esposo y sus tres hijxs, Alicia, Jorge y Laura, y la manera en que la tragedia comenzó para ella tras la asunción del gobierno de facto de Videla. El archivo recupera el momento de su jura, junto a Massera y Agosti. En 1978, durante el Mundial de Fútbol desarrollado en Argentina, sus tres hijxs (Laura embarazada casi de nueve meses, Alicia de dos meses y medio) y sus dos yernos desaparecieron en Buenos Aires. Habiendo pasado tan pocos años de ese momento, ella confía que aún están con vida, quizá junto a sus nietxs. A su testimonio se suma el de María, mientras vemos la foto de su hijo Bernardo, desaparecido en junio de 1977 junto a su compañera Adriana también embarazada. Ella no tiene ninguna información, dice: “No sé cómo desaparecieron ni dónde están, solo sé que la represión armada me sumió en la más absoluta soledad».
El método de búsqueda cambia: ya no se supone como un acto individual, tal y como vimos en los testimonios precedentes, sino que se asume de forma colectiva. No se habla exclusivamente del caso de una familia, sino como una acción conjunta con la finalidad de restituir las identidades de lxs nietxs apropiadxs. Una búsqueda que se organizó en la conformación de Abuelas de Plaza de Mayo, desde donde se plantearon recopilar la información y visibilizar los secuestros y desapariciones. Ese gesto, que no se agota en el caso personal, pretende incluir a toda la sociedad, entrar en diálogo y generar conciencia en el resto para que se comprometa en su lucha. Con esta intención, Antonia y María llegan hasta una clase de pintura en una escuela de Madrid donde conversan junto a niñxs interesadxs por conocer acerca de lo ocurrido. La información que surge de la charla es convertida en dibujos que lxs alumnxs realizan a partir de sus interpretaciones: cárceles, abuelas que reclaman, militares que apuntan, soles con lágrimas.
Es en el mismo escenario donde María y Antonia muestran a la maestra de pintura las carpetas con lxs nietxs nacidxs en cautiverio. Cada hoja se dedica al caso de una embarazada secuestrada, entre ellas, Laura Carlotto, hija de Estela, asesinada luego de parir. La cámara viaja hasta Casa de las Abuelas de Plaza de Mayo, donde encuentra a las integrantes reunidas alrededor de una mesa conversando sobre sus nietxs posiblemente apropiadxs por los torturadores de sus hijxs. Allí también aparece María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani -por entonces presidenta de Abuelas y abuela de la aún buscada Clara Anahí-, quien cuestiona el discurso de quienes propusieron dejar a lxs niñxs donde estaban, y afirma “nadie tiene derecho a hablar en nombre de ellos”.
Antonia y María reiteran su decepción ante el silencio de una Iglesia en la que confiaban. Mientras refieren a esa indiferencia, el archivo presenta una serie de fotografías que exhibe la buena relación entre la Junta Militar y los obispos compartiendo espacios, sonriendo, estrechando sus manos. No hay gestos de rechazo ni incomodidad, sino una confirmación de la complicidad y un pacto en común. Luego el documental llega hasta su presente cotidiano. Unidas en la lucha y sin temor a resistir, Antonia y María son retratadas marchando alrededor de la Pirámide de Mayo, momento en que la voz de Ana Belén vuelve, reforzando el título del documental. Las mujeres caminan en sentido circular, sus brazos se aferran a los de sus compañeras, llevan consigo las fotos de sus hijos colgadas en su pecho.

III.
Hebe Pastor de Bonafini es presentada en el aeropuerto mientras camina con su poncho rojo característico: “ama de casa, viuda, vive en La Plata, Argentina”. Llega para reunirse con las diputadas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Habla del presente, confiesa su incapacidad de perdonar y convivir con los asesinos. Señala el punto de inflexión que se produjo tras la Guerra de Malvinas, un momento en que la sociedad despertó y pudo comprender cuánto eran capaces de mentir los militares. Hebe habla sobre el retorno democrático poniendo el acento en sus deudas: “No hay democracia que se pueda fundar sobre asesinados, sobre torturados, sobre desaparecidos, sobre niños que faltan”, mientras se pregunta cómo se puede defender la vida luego de una represión tan brutal. Con lucidez responde a una pregunta de la diputada Ludivina García Arias explicando la intencionalidad política, económica, ideológica del golpe de Estado y el motivo de las desapariciones y asesinatos de una generación que proponía una sociedad más justa: “El golpe que se dio en Argentina, el golpe militar, fue para aplicar una política que era la política de Martínez de Hoz, propuesta desde otros sectores, desde el sector siempre dominante, donde unos pocos sean cada vez más ricos y todo el pueblo sea cada vez más pobre y nuestros hijos eran los que denunciaban todo eso que iba a pasar en Argentina”.
Como Antonia y María, Hebe también es retratada desde un espacio de lucha colectiva, marchando junto a otras Madres de Plaza de Mayo, también en la sede del PSOE, dando una conferencia a las mujeres socialistas: “Yo siempre digo que a mí me parieron mis hijos. Por eso les pido siempre a todas las mujeres del mundo, que no les pase como a mí, que tuve que entender, a partir del horror, que tuve que salir a la calle, a partir de la desaparición de mis hijos. Ojalá que todas ustedes comprendan esto, antes. Porque lo más hermoso es defender la vida y la libertad, pero la del otro”.
En sentido contrario al planteado en el primer bloque, el último capítulo comienza por el espacio público para luego ir a la esfera privada. Su situación económica contrasta con la de la madre e hija del primer capítulo. La vemos a Hebe en un hogar obrero, en La Plata, con afiches en las paredes donde se lee «Paz y Justicia», desde allí evoca su niñez, el deseo de sus padres para que sea una buena ama de casa, su casamiento, la infancia de sus tres hijxs, la forma en que ellxs le enseñaron la necesidad de compartir todo con lxs que menos tienen y de luchar por las injusticias. La mujer narra la desaparición de su hijo Jorge el 8 de febrero de 1977, el modo en que comenzaron sus búsquedas, la pérdida de credibilidad en la policía, la primera reunión en Plaza de Mayo el 30 de abril de ese año, consolidando un espacio de unidad que llevaron adelante marchando todos los jueves en Plaza de mayo. Luego aborda el secuestro de su hijo Raúl, el 6 de diciembre, en plena reunión para organizar una huelga; pocos días desaparece Azucena Villaflor, una de las fundadoras de Madres y el 25 de mayo de 1978 fue secuestrada su nuera María Helena.
Hebe explica el modo en que aprendió a convertir el dolor en su motivo de lucha. Acción que se confirma cuando el documental pasa de su voz quebrada dentro de su hogar a retratarla en los terrenos del Centro Clandestino La Cacha, en Lisandro Olmos, donde su hijo estuvo preso y fue torturado. Junto a su relato las fotografías recuperan las diferentes búsquedas llevadas a cabo desde Madres, las primeras audiencias con el Papa y nuevamente la confirmación de una Iglesia que no quiso escucharlas. Una institución que Hebe considera tan cómplice como los jueces que rechazaban los hábeas corpus y los médicos que informaban cuánto tiempo podían durar las sesiones de tortura. Denuncia los “botines de guerra”, todo lo robado de sus casas por los militares, objetos que terminaron en las casas de compraventa establecidas por la policía y el ejército en diferentes ciudades. También las sastrerías que arreglaban los tapados de piel robados, arreglados y usados luego por esposas de militares. Es la voz de Hebe la que termina por trazar las redes de complicidades y participaciones que hicieron posible la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Es con ella mirando a cámara que el documental cierra mientras la mujer dice: “Lo que sí voy a hacer hasta el último día de mi vida es buscar a los culpables de ese horror, a todos los que asesinaron, a todos los que torturaron, a todos los que participaron”, luego una placa aparece: “Esta película se acabó de rodar unos días después de la investidura del gobierno constitucional argentino en Diciembre de 1983”.
IV.
En el libro El cine, una visión de la historia, Marc Ferro refiere que «en las películas-memoria, el testimonio es el documento principal y la forma de interrogar, el secreto de la obra»1. Todo es ausencia se ubica dentro de esta categoría «en las que el testimonio de los vivos ayuda a conservar los hechos del pasado» centrándose en los relatos de Marta del Carmen Francese de Bettini, Marta Bettini de Devoto, Antonia Acuña de Segarra, María Alexiu de Ignace y Hebe Pastor de Bonafini. A lo largo del documental una serie de recorridos detallan el modo individual o colectivo a partir del cual cada mujer desplegó su búsqueda de la verdad negada. Una pregunta sobre el interior y exterior -que puede asociarse a la transición entre dictadura y democracia- atraviesa los procedimientos estéticos y narrativos planteando una dicotomía en las estrategias para registrar a las protagonistas: en la intimidad refieren a sus vivencias y tragedias familiares, mientras que en el espacio público se contextualizan sus presentes. Al igual que sus corporalidades, los testimonios demuestran la forma en que varias de ellas llevaron adelante ese doble movimiento en sus historias personales tras abandonar los roles de amas de casa para salir al mundo a buscar a sus seres queridxs. Esa (in)distinción entre el estar dentro o fuera se enfatiza por la ubicación de la cámara que por momentos decide observarlas detrás de un vidrio, de una reja o de los juegos infantiles de una plaza.
El material fotográfico también actúa a modo de testimonio. Como refiere Peter Burke en Visto y no visto: “al igual que los textos o los testimonios orales, las imágenes son una forma importante de documentos históricos. Reflejan un testimonio ocular”2. El documental observa los rostros de las víctimas, el trabajo de esclarecimiento y visibilización por parte de sus familiares, a la vez que ubica en escena y nombra a los responsables. Los discursos de la cúpula militar y eclesiástica interrumpen los recuerdos de las protagonistas, actuando como contrapuntos que evidencian las diferentes formas en que se ejerció el terrorismo de Estado. Entre la crueldad y el cinismo, las voces de los responsables confirman, se contradicen o distorsionan lo ocurrido. Palabras cuya intencionalidad no era solo falsear a la verdad, sino establecer otro relato respecto a lo que estaba aconteciendo en el país.
A pesar de la corta distancia temporal respecto a los acontecimientos narrados, Rodolfo Kuhn realiza un complejo análisis del contexto apoyado en la investigación de Osvaldo Bayer. Alejado de una intención militante, Todo es ausencia abandona la pregunta sobre el “deber ser” del cine y los cineastas y en su lugar se construye como una potencialidad, una manera en que el dispositivo puede canalizar una denuncia o expandir un reclamo de Memoria, Verdad y Justicia. Los recorridos que se establecen confirman las ausencias de lxs secuestradxs, desaparecidxs y apropiadxs, la falta de imágenes sobre este período, las militancias revolucionarias disueltas. Ausencias también de quienes construyen este documental entre el exilio y el regreso, que interrogan esta tierra entre la distancia y cercanía, pero que no abandonan la creencia en que una película puede ser una herramienta de defensa a la democracia, un documento de memoria colectiva a favor de los pueblos.

- Ferro, Marc (2008): El cine, una visión de la historia, Madrid: Akal, p. 9.
- Burke, Peter (2005): Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona: Crítica, p. 17.