FICVALDIVIA I: LA MARATÓN DEL CINE

Por Belén Borelli


Hace 32 años que se realiza el Festival Internacional de Cine de Valdivia
(FICValdivia) en la Patagonia chilena. 32 ediciones en las que cinéfilos de todo Chile viajan
hacia el sur de su país para ver películas, tomar cerveza de miel, comer completos italianos
y correr a contrarreloj para llegar a todas las funciones. Es un ritual que sucede todos los
años, pero que, sin embargo, es la primera vez que yo lo hago. Mis rituales cinéfilos no están muy alejados de los de ellos, de todos modos. Después de muchos años siendo espectadora de BAFICI y el Festival de Cine de Mar del Plata, el otro lado de la cordillera marcó mi número de teléfono. Esta vez, el rumbo de la peregrinación cambia, y el camino que antes marcaba hacia el Obelisco y la playa, ahora lo hace hacia una ciudad que se encuentra a la misma altura que San Martín de los Andes.
Luego de meses de planificación, dólares ahorrados y una acreditación aceptada, el sur de Chile me recibe con un festival de cine al que jamás asistí, con espectadores con los que nunca interactúe y con algunas diferencias culturales mínimas que marcan la diferencia. No obstante, es el amor que tenemos todos acá por el cine el que me hace sentir bienvenida. Ya desde el embarque en el avión en Buenos Aires se nota quiénes van al festival. Desde un Martín Rejtman haciendo la fila en Migraciones en el aeropuerto de Santiago, hasta el segundo avión camino a Valdivia en el que los cinéfilos chilenos resaltan con sus tote bags y outfits característicos entre la gente que solo va a vacacionar.
Es un viaje de una hora y media desde la capital de Chile hasta Valdivia. Luego de ese trayecto y de un transfer que me deja en mi hospedaje, cada vez se empiezan a vislumbrar más banderas, banners y folletos con la programación. Ya es una realidad: estoy en un nuevo festival de cine. Para esta altura ya es el tercer día del evento; y si hay algo que se nota, es que a diferencia de las últimas ediciones de Mar del Plata bajo la gestión del presidente Javier Milei, el FICValdivia se muestra como un festival más pequeño pero con una apertura, inclusión y compromiso por el cine nacional.
Los espectadores imitan la misma coreografía que ya vi en otros festivales, y que, por supuesto, sé de memoria. Ellos corren de una función a la otra para no perderse ninguna película. “La maratón del cine” es la frase que identifica al evento este año, y no hay nada que describa mejor a un circuito cinéfilo de esta índole. Con esta filosofía como bandera, los espectadores acortan caminos, se saltean comidas y cancelan planes para poder ir de una sede a la otra dentro del FICValdivia. Nadie quiere quedarse fuera de las funciones.
Apenas pasaron las primeras horas, pero ya se empiezan a identificar algunos argentinos que vinieron a Valdivia. También cada vez resuenan más las películas chilenas de las que todo el mundo habla, como Matapanki, de Diego Fuentes, y La misteriosa mirada del flamenco, de Diego Céspedes. En este caso, es una función de cortometrajes la que me da la bienvenida al Aula Magna de la Universidad Austral de Chile. A pesar de la fila interminable que rodea el lugar, tengo la suficiente suerte como para entrar a la sala. Una vez ya llena, y al grito colectivo de un emocionante “¡Viva el cine!” empieza la función que destacó la proyección de El Tamagotchi Escarlata, Merrimundi, Une Fugue y Tapeworm Alexis & the Opera Diva.
Al terminar la función, muchos abandonan sus asientos e inician una maratón de una sala a la otra que se replicará sin cesar hasta el fin del festival. No obstante, esos runners cinéfilos no abandonan mi cabeza. “No puedo perdérmela ahora, estuve meses esperándola”, escucho decir a una chica chilena sobre un film que no llegué a identificar. Pienso en el acto de correr de una película a la otra, de la ilusión que eso causa y de lo importante que es hacerlo dentro del folklore de un festival de cine. Al igual que los griegos, los espectadores corren hasta una Atenas imaginaria para llegar victoriosos y acortar la distancia con una película que –si tienen suerte– puede cambiarles la vida.

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