por Mercedes Orden*
Ezequiel (Juan Pablo Cestaro) es un adolescente de quince años en pleno despertar sexual. Mientras su familia está de viaje, invita a un conocido a la pileta. El tiempo compartido y la tensión que cree percibir entre ambos le dan la suficiente confianza para que mientras miran revistas de pornografía, le proponga masturbarse. El visitante lo rechaza, explicando antes de huir, que a él le gustan las chicas. La anécdota no parece afectar demasiado a Ezequiel, quien sigue atento a la búsqueda de nuevas aventuras.
Una tarde en la pista de skate barrial el joven conoce a Mono (Lautaro Rodríguez) y la atracción ocurre de manera rotunda. Tras un rápido histeriqueo en el cual intercambian números de Whatsapp, Ezequiel invita al recién conocido a disfrutar de la casa sola. Pronto descubrirá en este chico de tatuajes, una persona que, además de poder satisfacerlo sexualmente, parece estar interesado en saber más acerca de su vida, compartir momentos juntos y ganar su confianza.

El tiempo compartido avanza, hasta que un fin de semana, cuando Mono invita a Ezequiel a la casa de su primo (Juan Barberini), cierto hecho quiebra de forma abrupta el idilio y algo -o alguien- se entromete en el incipiente vínculo sin que nada vuelva a ser igual. El impacto de las tecnologías en las relaciones y en la manera en que las personas podemos ser manipuladas por ellas otorga un giro narrativo digno de un capítulo soft de Black Mirror donde los personajes entran en un clima oscuro y quedan atrapados por una red perversa de pornografía.
Marco Berger (Un Rubio, Mariposa, Plan B, Taekwondo) vuelve a apostar por el eje del cuerpo para acompañar una historia donde el deseo cobra fuerza y es interpretado por los personajes de distintas formas. Su marca de autor, con un claro interés en retratar los universos masculinos, se confirma en cada escena logrando explotar la subjetividad en un guion que abandona rápidamente la idea de caer en un simple drama homoerótico para dejarse seducir por el thriller.
Lo prohibido vuelve a ser tema para este director, jugando con este concepto en diferentes direcciones: por un lado, relacionado a los límites ético-tecnológicos de la cultura global actual pero también, en lo referente a lo imaginario y reprimido ya que el protagonista se siente incapaz de conversar con sus padres acerca de sus elecciones sexuales, hecho que lo lleva a dejarse manipular ante el temor de que la verdad salga a la luz. El Cazador logra un relato complejo acerca de la fractura frecuente en la comunicación entre jóvenes y adultos, y las consecuencias que pueden ocasionar esa “falla” convirtiendo a la soledad en un peligro potencial.
*Publicado originalmente en Cinema Sonor
| Argentina, 2020 Dirección, guion, edición: Marco Berger Asistente de dirección: María Fernández Aramburu Fotografía: Mariano De Rosa Compañía productora: Sombracine Directora de arte: Natalia Krieger | Sonido directo: Carolina Pérez Sandoval Sonido de postproducción: Mariano A. Fernández Música original: Pedro Irusta Duración: 91 min. |