¿QUÉ QUEDA CUANDO YA NO QUEDA LA MADRE?: «EL LUGAR DE LA DESAPARICIÓN» (2018), MARTIN FARINA

por Mercedes Orden

un lugar
no digo un espacio
hablo de
                  qué
hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco

no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no
    sí
no

un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión

«Fronteras inútiles», Alejandra Pizarnik

El fallecimiento de Mabel desencadena una serie de conflictos entre sus hijes. Con la ausencia de la mujer, se produce la disolución de una concepción quística de la familia que ella tejía. La casa se vuelve extraña, pierde las formas mientras intereses disímiles emergen. Junto a las reconfiguraciones espaciales e identitarias, aparece el silencioso dolor del viudo, no solo por la ausencia de la mujer sino al percibir los cambios al interior de su hogar. Allí, uno de sus hijos ha decidido construir un departamento en la parte superior sin su aprobación.

El lugar de la desaparición nos habla de lo ajeno dentro de lo propio. Martín Farina apela al recurso de la extrañeza para observar su familia. En un doble movimiento, la cercanía le permite filmar lo íntimo, y a la vez lograr la distancia necesaria para poder establecer cierta mirada crítica. Como ya había hecho en Cuentos de chacales (2017) y luego haría en Los niños de Dios (2021), el director se detiene en la vida cotidiana de algunes de sus integrantes, y en esta oportunidad, retrata lo que ocurre dentro de un espacio, observando sus fantasmas, escuchando diversas conversaciones. La decisión de cámara parece ser mantenerse cerca de sus protagonistas y a partir de allá examinar diferentes temas como son el duelo, los imaginarios, el paso del tiempo, el cuidado y la vejez.

La casa condensa la historia familiar y sus múltiples mutaciones. Un material casero de 2001 muestra a Mabel -abuela del director- en el living comedor, espacio «de tantas reuniones y cosas lindas, cuando estábamos todos», dirá ella, apenada por no haber podido mantener las comidas compartidas por más de treinta personas, por esos «hijos queridos» que marcaron el lugar de la desaparición. Un salto temporal lleva hasta 2017, ahora la mujer también es parte de lo que falta. Las voces de Silvia, Miriam, Guillermo, Pablo, Dina y Zalmon Markus -en inglés y español- retumban por las paredes repletas de fotografías y hacen hablar a este relato donde la nostalgia se presenta, junto a la impotencia y la tristeza de un pasado que no se propone como una época de oro, pero donde aún perduraba cierto lazo de unión.


La herencia se plantea como un tema que genera incomodidad familiar y donde los intereses varían. Las diferentes formas de vinculación, confirmadas a partir de las charlas, se exponen entre ecos cortazarianos, mientras el film interroga acerca de qué es lo que queda en ese lugar de la desaparición sentida y nombrada, un significante que se comprende de múltiples modos, en la ausencia de la madre, de los objetos pero también evoca el significado político que dicho término tiene en la historia de Argentina.

Lo ominoso invade al clima de este relato que navega entre el documental y la ficción. Lo familiar vuelto desconocido y angustiante encierra a los personajes en espacios cada vez más acotados. La figura espacial no genera la sensación de resguardo y bienestar sino que deviene siniestro, en estado de alerta ante lo que se mantiene oculto o se habla en voz baja. Los cuerpos son observados en primeros planos, como si todo gesto reforzara la asfixia que genera ese territorio en tiempo presente. En El lugar de la desaparición, Farina propone un nuevo vínculo entre lo íntimo y lo desconocido, opta por el recurso de cierta extrañeza para observar la lógica familiar y a partir de allí tejer redes de sentidos que lo llevan a indagar sobre la cercanía, pero también sobre el hueco que queda cuando personas y objetos, por diferentes motivos, hablan desde su ausencia.

Argentina, 2018
Guion y dirección: Martín Farina. Producción: Martín Farina, Mercedes Arias. Elenco: Silvia, Miriam, Guillermo, Pablo, Dina y Zalmon Markus. Dirección de fotografía y montaje: Martín Farina. Cámara: Martin Farina, Norberto Farina, Tomás Fernández Juan, Mercedes Arias, Javier Ramallo. Postproducción de sonido: Gabriel Santamaría. Color: Alejandro Armaleo.
Duración: 66 min.

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