POR UNA CRÍTICA URGENTE Y ANTIFASCISTA

6 minutos

por Mercedes Orden

I.

Dos preguntas disparadoras surgidas de películas actuales: en What Do We See When We Look at the Sky? (Alexandre Koberidze, 2021) hacia la mitad de una fábula de encuentros, desencuentros, señales y perros futboleros, el relato se pone en suspenso con el fin de pensar la función social del director en un mundo que exhibe sus límites y al que respondemos con nuestra indiferencia. Allí el narrador se pregunta sobre su responsabilidad y la posibilidad que las próximas generaciones interroguen acerca de qué estaba haciendo él en ese momento «¿Qué debo decir, que hacía películas?». En Afire (Christian Petzold, 2023) el asunto no es literal. No hay una frase ni escena puntual, sino una metáfora que emerge alrededor de un grupo de personas reunidas en una casa donde dos amigos planeaban ir para concentrarse en resolver sus tareas pendientes. La pregunta que sobrevuela, mientras un incendio avanza de fondo, podría resumirse en: ¿Qué pasa en el mundo y a nuestro alrededor mientras intentamos terminar un trabajo?

Koberidze y Petzold asumen una interpelación del contexto que ahora podemos trasladar a la pequeña escala: ¿Qué estamos haciendo y diciendo mientras el país arde? El neoliberalismo transformado en neofascismo busca votos de cara a las elecciones de octubre mientras se apoya en las demandas no resueltas, la sensación de una inseguridad que refuerzan, acompañados por medios de comunicación y ejércitos de trolls que actúan de forma funcional tratando de confundir y desinformar ―enseñanzas de Sun Tzu y El arte de la guerra―. Mientras tanto, nosotrxs ¿Qué deberíamos hacer? ¿Referir a los discursos de odio que exigen más policía en las calles, a la vez que aplauden el accionar del aparato represivo o fingir demencia y seguir hablando de películas como si nos pudiéramos escindir del presente escenario nacional y no fuera necesario el pensamiento crítico?

Mientras se pierde la batalla cultural―¿tenía que venir Lucrecia Martel a visibilizar ese fracaso o ya lo sabíamos? ¿tomamos conciencia o solo retwitteamos sus palabras para sentir que hacemos algo?― tal vez la respuesta no sea una o la otra, y podamos seguir discutiendo sobre Barbie u Oppenheimer, asimismo comprender la importancia de abandonar los individualismos, los intereses personales y aprovechar los espacios para dialogar acerca de la situación actual, sin miedo a la pérdida de públicos o a acotar el capital simbólico, relegando a los espacios íntimos la incomodidad, el temor, la angustia que nos provoca el avance de la intolerancia y violencia, porque entonces ¿Para qué escribimos si no es para acercar nuestra apreciación sobre algún texto o tema? ¿Es que este malestar no atraviesa lo discursivo?

Al asesinato del fotorreportero Facundo Molares Schoenfeld, asfixiado por una policía de la Ciudad de Buenos Aires que actuó sin escrúpulos y fue defendida por una suma de representantes de la derecha nacional, se suman los resultados de los precandidatos de las PASO y una victoria posible de ser entendida por un descontento que olvida la historia y el lugar que el horario central le entregó a una figura que podría haber muerto como un personaje de Zap Tv. Mientras ciertos discursos de izquierda insisten en pensar que todxs lxs que no son ellxs son lo mismo, lo que se juega de fondo es un probable retroceso alarmante en materia de Derechos Humanos y de soberanía nacional, una reforma laboral a favor de los empresarios, libre mercado y libre portación de armas en caso que los más votados en las elecciones de ayer lleguen a la presidencia. Volviendo a los films de Petzold y Koberidze, y a los accionares individuales puestos en primer término, quizá sea momento de volver a pensar lo colectivo, permitirnos interrumpir nuestras tareas y las discusiones banales para poner el foco en lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.

II.

El 12 de agosto se cumplieron 20 años de la ley que promulgó la anulación de la leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Tanto la anulación llevada a cabo durante el gobierno de Néstor Kirchner, como las leyes que impedían juzgar a quienes habían cometido crímenes de lesa humanidad fueron olvidadas (para no decir descartadas) en la ficción nacional más taquillera del año pasado que nos dio, incluso, un lugar como representante en los premios de la Academia. Pero esa opción por el «olvido» de Argentina, 1985 (Santiago Mitre, 2022) es rescatada por El juicio (Ulises de la Orden, 2023), actualmente en la cartelera de MALBA. El documental toma el archivo audiovisual de Argentina Televisora Color, con su registro de 530 horas del Juicio a las juntas y ordena ese material a través de ejes temáticos divididos en capítulos. A lo largo de 180 minutos, la película crece a partir de los testimonios acumulados, sin caer en golpes bajos ya que comprende e interpreta la densidad del tema: secuestros, torturas, asesinatos, desapariciones ―no solo físicas sino también ideológicas― ocurridos durante la dictadura cívico militar y eclesiástica de 1976. Relatos urgentes de ser mencionados en un escenario donde la memoria compartida resulta frágil y una mentalidad negacionista cobra trascendencia a partir del voto democrático.

Llama la atención el modo en que Argentina, 1985 fue aplaudida por gran parte de la sociedad, logrando conmover a un porcentaje que ayer optó por la ultraderecha, y probablemente no haya sido la toma de conciencia sino el marketing y la búsqueda efectista la que acompañó el éxito de la ficción. Si bien nadie puede negar la importancia del recorte temático-histórico elegido acerca del proceso judicial contra los delitos de lesa humanidad convertido en hito mundial, todo parece quedar en una fórmula de plataformas de la que El juicio se aleja para comprometerse con un acontecimiento que no terminó en la épica radical, ni se redujo a algunas figuras. Cada testimonio de las víctimas tiene su peso propio en el relato y, al igual que la información añadida, confirma la complejidad de lo ocurrido y la urgencia de una intepretación colectiva.

En el contexto actual, donde una tendencia electoral reclama una mano dura, un Estado blando y un libre mercado sólido, el documental dirigido por De la Orden resulta fundamental para rememorar la dimensión del terror ocurrido en Argentina durante la dictadura y para seguir conversando sobre un pasado reciente que ciertos grupos ridiculizan, proponen dejar atras e incluso atacan en atentados contra símbolos que nos mantienen presente lo acontecido ―pañuelos tachados, baldosas rotas―. La memoria nacional parece puesta en suspenso cuando discursos neofascistas van corriendo el límite de lo aceptado en democracia, comenzando por pedir «más seguridad», para terminar quitándose las máscaras al elogiar todo hecho de represión. A 40 años del retorno de la democracia, el retroceso resulta alarmante cuando el objetivo propuesto por esos sectores es lograr la docilidad de una sociedad, con temor a protestar por sus derechos y poder avanzar sobre ellos, instalando un imaginario conservador en lo social y liberal en lo económico. Frente a esta grave situación, la crítica no puede mantenerse indiferente, como si fuera una esfera aislada, como si el presente no atravesara todo e incluso las películas que nos están preguntando qué estamos haciendo mientras el peligro ya está acá.

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Oscar Cuervo dice:

    Si bien concuerdo con la inquietud de fondo que plantea la nota, creo que hay algún desacierto en enfocar el problema contra Argentina 1985 planteándola como una disyunción excluyente respecto de El juicio. Primero, ante todo, la lógica: ¿por qué «o bien Argentina 1985 o bien El juicio» y no «El juicio Y Argentina 1985», ya que ambas películas no se excluyen sino que se complementan. ¿Por qué no podría haber una sino varias películas sobre el juicio a las juntas, un acontecimiento fundamental de la historia argentina, que es perfectamente deslindable de las leyes de impunidad. Claro que también se pueden hacer películas (documentales y ficciones) sobre las leyes de la impunidad y los indultos. En el caso de la ficción de Mitre, opta por narrar ficcionalmente un hecho histórico y necesariamente tiene que hacer un recorte, opinable como cualquier otro que hubiera hecho. Mitre elige terminar la ficción con el resultado del juicio (que incluye un conflicto del personaje del fiscal respecto de algunas absoluciones) y luego agrega unas placas en las que se refiere a las leyes de la impunidad, los indultos, la anulación de esas leyes, la reanudación de los juicios que, dice la película, todavía prosiguen. Así, no olvida estos sucesos posteriores pero cierra la narración con la reacción del fiscal al enterarse, porque elige narrar desde su punto de vista. Alguien podría decir que la película podría seguir con la trayectoria posterior del personaje protagónico, pero las decisiones narrativas sobre punto de arranque y cierre son infinitas. Lo que no me parece justo es adjudicar a la película un olvido que no es tal. ¿El Juicio profundiza más en aspectos que la ficción no desarrolla? ES CIERTO. Es otra película, pero no una que niegue lo que la de Mitre afirma o descubra lo que la de Mitre oculta. Tampoco es menor el hecho de que es preciso pensar en la diferencia de abordajes, documental y ficcional. El juicio decide hacer un montaje de 177 minutos sobre un material registrado en la sala de los tribunales de cientos de horas. ¿El Juicio entonces oculta todo lo que deja afuera para que la película sea de 3 horas? ¿Podría haber durado 6 horas o 12? Cierto, pero el autor decide armar su narración en 3 horas, considerando quizás que una película de 12 sería más completa pero alejaría a más público. Argentina 1985 también tiene que resolver sus dilemas, incluso ficcionalizar acontecimientos que ocurrieron de otra manera. Se trata de una ficción de una duración de 140 minutos con un elenco que convoca a públicos masivos. La película se estrena en salas y en una plataforma simultáneamente y logra millones de espectadores. Detrás de estas decisiones hay una posición que forma parte del sentido de la obra: Argentina 1985 fue hecha aspirando a ser vista de manera masiva, lo logró y generó debates sobre el suceso histórico y sobre el enfoque mismo de la película. Se constituyó en un fenómeno no solo artístico ficcional sino también político: millones de personas la vieron, la pensaron, la discutieron. La opción por una narración más convencional, con actores convocantes y los toques de comedia también logran que la película tenga ese alcance. El Juicio es un documental, lo que de entrada implica que se dirige a un público más restringido. Pero también hay un detalle en el que creo que nadie ha reparado: la película se exhibe en el MALBA una vez por semana para un público drásticamente menor. ¿Qué sector social va al MALBA a ver un documental de 3 horas que se da una sola vez por semana? ¿No hay ahí también una decisión de renuncia política a llegar a públicos más amplios y populares? No tengo idea de si sus productores intentaron un estreno más amplio, que incluyera por ejemplo los Espacios INCAA o la Sala Lugones. Creo que de haberlo hecho, habrían llegado a otro sector que no es el que llega al MALBA. ¿Significa esto una acusación de elitismo hacia los directores? No, en principio. Pero si pensamos que La hora de los hornos incluía en su dispositivo un plan de exhibición en lugares de trabajo y militancia política y también intervalos destinados para el debate de lo que la película planteaba, no puedo dejar de pensar que cada opción encierra tácitamente una decisión política: ¿qué clase social ve El Juicio en el MALBA? ¿Qué clases sociales veían La hora de los hornos en las fábricas? ¿Qué clases sociales vieron Argentina 1985 en las salas y plataformas? ¿Qué efecto generó cada una de ellas al elegir su dispositivo de exhibición? ¿No podría EL JUicio haber aprovechado el envión de Argentina 1985 para montarse sobre esa atracción y ganar un público más popular? Con esto digo: las tres opciones me parecen válidas y La Hora de los Hornos no invalida a las otras dos. También podría pensarse en todas las películas argentinas que no tratan temas histórico-políticos: ¿quedan invalidadas por no hacerlo? ¿Son cómplices del avance del fascismo? La conclusión a la que me arrimo es que el arte es una zona de disyunciones incluyentes, en el que cada decisión abre caminos y cierra otros, pero ninguna obra impide la existencia de otras obras, ya que las películas coexisten. Que florezcan mil flores, decía Mao.
    El mismo criterio puede aplicarse a la crítica de cine: ¿no se decide siempre que se escribe un comentario a una película dejar de escribir sobre otras? ¿Qué estamos haciendo y diciendo mientras el país arde? es una pregunta muy necesaria pero su urgencia no debe traducirse en un apuro por dejar de pensar en ampliar las posibilidades en lugar de exigirnos optar por un camino en desmedro de otros.
    No es que crea que Argentina 1985 sea inobjetable. Es necesario discutirla como cualquier otra película. El problema está en sostener que la urgencia nos exija poner unas obras contra otras, cualquiera sea.
    Por último, ni siquiera creo que el avance del fascismo sea un tema urgente: es un tema permanente en nuestro país (y en el mundo), al menos desde que tengo memoria. El triunfo de ideas de derecha viene preparándose hace décadas, así que ninguna urgencia puede funcionar como atajo para dar respuestas rápidas y sencillas. Se trata de uno de los temas más complejos y constantes de esta era. La pregunta de fondo no es ¿qué estamos haciendo y diciendo mientras el país arde? si el incendio se viene consumando a lo largo de toda nuestra historia como nación.

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    1. Agradezco lo que me marcás sobre Arg 1985, Oscar. Y lamento no haberlo visto si así fue, quizás era tan ínfimo frente a la épica radical que intentaron construir que simplemente pasa y celebro que pensemos distinto. Ya hay muchxs hablando de lo mismo, haciendo similares reflexiones sobre las mismas obras y autores que encontrar contrastes considero que construye mucho más (o al menos yo siempre me sentí más cómoda en los discursos que suman y no solo como confirmación de lo que opino, porque ahí emerge la trampa de la clausura). Yo sí considero que es urgente plantear mi incomodidad actual del país, de la crítica y del cine. Y me alegro si vos no detectás la urgencia frente al neofascismo y un altísimo porcentaje electoral que eligió la represión por las vías democráticas. En ningún momento dije que no existió en la historia de nuestra nación, pero este es otro emergente.
      Mercedes

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  2. Oscar Cuervo dice:

    La placa está en Argentina 1985, solo había que quedarse hasta el final, así termina la película. Que aparezca como placa es una consecuencia del dispositivo ficcional, por el punto de vista que referí anteriormente. Pero me interesa plantear el problema de la concepción de cómo se exhibe una película, cómo busca su público, porque eso es parte de su política. EL problema de El Juicio también es ideológico en la medida en que está disponible para los chetos del MALBA, así que su urgencia no creo que surta un gran efecto. Por eso puse también el ejemplo de La hora de los hornos. En cuanto a la cuestión de la urgencia, veo que traducís de un modo impreciso lo que dije: «el avance del fascismo … es un tema permanente en nuestro país (y en el mundo), al menos desde que tengo memoria. El triunfo de ideas de derecha viene preparándose hace décadas, así que ninguna urgencia puede funcionar como atajo para dar respuestas rápidas y sencillas. Se trata de uno de los temas más complejos y constantes de esta era. La pregunta de fondo no es ¿qué estamos haciendo y diciendo mientras el país arde? si el incendio se viene consumando a lo largo de toda nuestra historia como nación.» ¿Te parece que negué la necesidad de tratarlo. Solo que declarar la urgencia esta semana quizá haya llegado un poco tarde.

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    1. Donde vos ves «consecuencia del dispositivo ficcional» yo veo desinterés y falta de compromiso. Igualmente gracias por decirme cómo pensar, Oscar. Y chequeá el circuito de exhibición de la película que se te cayeron un par de lugares fundamentales como el Espacio de Memoria y DdHh (EX ESMA).
      Saludos.
      Mercedes

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  3. Oscar Cuervo dice:

    Mercedes: no te digo cómo pensar: te digo cómo pienso. Al final la amabilidad de la primera respuesta era una fachada, porque una discrepancia planteada argumentalmente la asumís como una invasión a tu libertad de pensamiento, muy a tono con la época de las riñas intratables. Pensé que este podía ser un espacio de intercambio pero veo que caés en la persecuta personal hostil a las diferencias. Es violento eso. Quedate tranquila que nunca más te comentaré lo que pienso para que no te sientas perseguida.

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  4. Lamento que no observes tus micromachismos y que tus preconceptos se impongan con esa vehemencia. Yo tengo la posibilidad de discutir con quién gusto hacerlo y así ocurre. Nadie me va a imponer con quién (¿acaso no hay en una imposición un acto de violencia?). En fin, por mi parte, no tengo nada más para decirte. El poco tiempo libre que me queda, prefiero usarlo para salir de la web y construir en otros espacios, porque siento que en los resultados del domingo se confirma un retroceso de la dimensión sensible, la charla y el encuentro. Y apuesto por eso.

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