PLANOS DE LA MEMORIA PARA PENSAR EL PRESENTE. ESCRIBE: CANDELARIA CARREÑO.

7 minutos

por Candelaria Carreño

Hace no muy poco, apenas unos meses, en Marzo de este año,  el contagio con la algarabía Argentina-mejor-pais-del-mundo post victoria mundialista, se  extendió a la ceremonia de los Oscar. En los galardones estadounidenses, Argentina, 1985 fue nominada en la terna Mejor Película Extranjera. Más allá de las posibilidades de ganar o no, o lo anecdótico del inédito aliento por el cine nacional, lo que sí fue real, es la llegada que la película de Santiago Mitre tuvo a nivel poblacional en nuestro país, nomenclada a partir de la cantidad de espectadores en sala y su recaudación y extensión en la cartelera, dejando de lado en ese conteo, sus visionados en Amazon Prime o en los posibles ámbitos de pata coja y parche en el ojo que circulan por Internet. Se discutió bastante sobre cómo la película retoma algunas cuestiones de la Historia reciente de nuestro país. Se pueden recapitular muchas de las críticas que versan sobre estos puntos en cualquier explorador de internet. A la luz de los acontecimientos recientes en materia electoral, surgieron cuestionamientos sobre algunos hechos que Argentina, 1985 expone: la certeza de que lo acontecido durante la última dictadura militar fueron crímenes de lesa humanidad, y que deben  ser –y fueron, mejor dicho, están siendo– juzgados como tales. Y la aceptación de este enunciado en la población, por fuera de cualquier debate de nicho sobre estética y política, es un acuerdo tácito. A las botas no volvemos nunca más. Nunca más es nunca más.

En los otros lares del género, Ulises de la Orden estrenó en el Festival de Cine de Berlín,  en febrero de este año, la película El Juicio. De la Orden y su equipo revisitaron horas y horas de archivo del Juicio a las  Juntas Militares llevado a cabo en 1984. Televisado durante la década del ´80, pero sin sonido, los escombros del miedo y el polvo de la censura que aún rumiaban en el ambiente, movilizaron una copia de las cintas al Parlamento noruego. El equipo de la película trabajó de manera paralela con el visionado de lo recuperado en archivos nacionales, y la mejor conservación y completitud del material audiovisual resguardado en Noruega. Es a través del montaje que El Juicio construye su narrativa documental, recortando a 3 horas de duración final de largometraje las 530 originales del juicio, donde se exponen alegatos y testimonios de acusados, fiscalía, defensores, culpables y víctimas, recopilados y leídos también en el libro publicado por la CONADEP luego del retorno de la democracia. La extensión del documental y la conjunción de los testimonios, alegatos de la defensa y la acidez de Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, se dan gracias a la narrativa que construye el montaje realizado por la producción audiovisual.  

Hay dos escenas, ficcional en Argentina, 1985 y testimonial en El juicio, que funcionan a manera de plano y contraplano con distancia temporal e histórica. En el largometraje de ficción, Laura Paredes encarna en su personaje a Adriana Calvo de Laborde, y al desgarrador testimonio que dio durante el juicio a las Juntas Militares, relatando en su exposición su secuestro, y el parto de su hija en un Ford Falcón, mientras era sometida a múltiples violencias. Con los recursos que proporciona técnicamente el cine, Paredes es filmada mediante un plano general, que se vuelve un primer plano pronunciado, levemente contrapicado. Su rostro se contrae mientras relata. El contraplano histórico de ese relato, por supuesto, no permitía las características ficcionales de Argentina, 1985. Allí, Adriana Calvo es filmada de espaldas, la cámara se posiciona en un plano general que toma gran parte del recinto donde se llevó a cabo el juicio. Mientras ella relata las vejaciones sufridas, el silencio es espectral. Al finalizar – el testimonio duró más de una hora – se levanta de su asiento y se marea, alguien acude en su ayuda. Llama la atención que ese espacio personal que la cámara le concede a la testimoniante, no es el mismo que utiliza con, por ejemplo, Jorge Rafael Videla. El camarógrafo ocasional de aquellos planos hace un zoom con la cámara, filma el perfil de tres cuartos del genocida y se alcanza a leer lo que lleva en sus manos: lee pasajes de la biblia, la cámara observa y se detiene varios minutos en su figura. Este tipo de encuadres capturados en los juicios que llegan hasta nuestros días, son  imágenes que permitieron dilucidar que, el represor Miguel Etchecolatz llevaba papeles durante su enjuiciamiento, que mostraba amenazante entre sus manos. En uno se lee “Jorge Julio López”, desaparecido en democracia durante el juicio al represor. A partir de este hecho, se investigaron los vínculos a los cuales Etchecolatz acudió durante esos días. Con la misma letra, el nombre de la Dra. Victoria Villarruel, aparece en su agenda de contactos. Villarruel es la actual candidata a vicepresidenta por La Libertad Avanza, negacionista, cómplice y defensora de la dictadura, que llevó a cabo un acto negacionista, rayano a lo inmoral, hace pocos días. ¿Qué pueden las imágenes? ¿Cómo se filman las políticas de memoria? 

Creíamos que era un espécimen amorfo y viejo, gastado. Que había dado sus últimos alientos allá por el 2004, cuando empezaron finalmente los juicios que dieron cárcel común y perpetua a los represores, destilando un aliento hediondo, y pesado. Descubrimos, azorados, abriendo estupefactos los ojos y las orejas ante tanto descaro moral, que la bestia está siempre ahí, agazapada, lanzando sonidos guturales afónicos, roncos y negros. Algo que siempre me llamó poderosamente la atención fue el hecho de que dos películas de formatos, producción, distribución y espacios de exhibición tan disímiles, volvieran sobre un hecho, el mismo hecho, parteaguas fundamental en la historia  de nuestro país que, si bien el veredicto fue débil para con la Junta, sucedió con una celeridad impensada después de las atrocidades cometidas durante la última dictadura. Me preguntaba, más bien, el por qué. Daba por hecho que era una discusión saldada, porque sortea cualquier posicionamiento político ideológico, una barrera que se entromete en los límites directamente de la moral y la ética, que como sociedad no era un punto al que debíamos volver porque ya no había vuelta atrás. De hecho lo que las películas exponen, es que lo que no tuvieron aquellos que efectivamente realizaron atentados y eran parte de la lucha armada guerrillera fue un juicio justo; sino más bien torturas, violaciones, usurpación de bienes, robo de bebés, desaparición forzada, entre otras aberraciones catalogadas como crímenes de lesa humanidad, durante el Terrorismo de Estado. Esto es más explícito, incluso,  en El Juicio. El testimonio de una madre hacia el final del largometraje pone de manifiesto este hecho, la película expone el punto de vista que catapulta cualquier lineamiento ideológico que se quiera postular.

Sin caer en espasmos reduccionistas –porque el arte es mucho más que el determinismo que asevera que es un reflejo de la sociedad– estas dos producciones audiovisuales fueron capaces de avizorar su presente más cercano, poniendo el foco en un hecho nodal de la historia de nuestra democracia. ¿Qué potencia pueden tener las imágenes de estas películas hoy, cuando se celebran actos que niegan el terrorismo de Estado, en casas representativas de la ciudadanía, como la legislatura porteña? Quizá pequé de ingenua, será que tengo el privilegio de ser parte de las generaciones que vivieron siempre dentro de los marcos de la democracia. Lo que genera algo de escozor es tener que volver sobre estos hechos de nuestra historia para intentar doblegar discursos poco éticos. Es que la memoria no se borra, y las imágenes que la acompañan tampoco. Tal vez quieran corromperla pero hay ganancias que ya son del pueblo. Y aún siguen, latentes, disponibles para cualquiera de nosotros.

Un comentario Agrega el tuyo

Deja un comentario