por Belén Paladino
Con asombro descubrimos que, ya adultos, no hemos perdido nuestra antigua timidez frente al prójimo. La vida no nos ha ayudado en absoluto a liberarnos de la timidez. Seguimos siendo tímidos. Pero no nos importa; nos parece que hemos conquistado el derecho a ser tímidos. Somos tímidos sin timidez, audazmente tímidos. Tímidamente buscamos en nosotros las palabras adecuadas. Nos alegramos tanto de encontrarlas, de encontrarlas con timidez pero casi sin esfuerzo, nos alegramos de tener tantas palabras en nosotros, tantas palabras para el prójimo, que estamos como embriagados de felicidad, de naturaleza.
Las relaciones humanas. Natalia Ginzburg
En las películas de Alice Rohrwacher parece resonar algo del universo de la escritora Natalia Ginzburg, las palabras que dedicó a la vida en los pueblos, a las mujeres que estudian y trabajan y que alguna vez han participado de la redacción de folletos antifascistas. Palabras dedicadas a los tiempos difíciles y los pequeños triunfos ante las injusticias. Pero sobre todo palabras que tienden puentes con les otres, que nombran las vidas que se entrelazan, las cocinas repletas de gente que entra y sale, que llora, discute y sueña. Una mirada singular que descubre la manera más luminosa de narrar la oscuridad, que asume una observación atenta, una lectura crítica pero también amorosa del mundo. Y acaso esa sensibilidad que sin ignorar el dolor y las injusticias aún tiene esperanza en el mundo y en lo que podamos hacer con él, sea el gesto que comparten la escritora y la cineasta.
Alice Rohrwacher parece llevar dentro de ella imágenes. Imágenes que a lo largo de su obra han explorado el cruce entre lo sagrado y lo profano, entre el campo y la ciudad, entre la tradición y la modernización. Sus personajes parecen habitar el intersticio que separa esos mundos disímiles, personajes en tránsito y en constante búsqueda. Personajes tímidos pero audaces, guiados por una certeza en un mundo que no tardará en desmoronarse. En este universo puede ocurrir lo inesperado, pequeños milagros, pequeñas virtudes que se manifiestan en medio de las tareas cotidianas. A la manera de Ginzburg, a modo de sutil comentario, Rohrwacher explorará distintos modos de sobrevivir en un mundo hostil y precario. Una forma de narrar el día a día y sus dificultades, de sortear las injusticias y el desamparo.
En la Chimera, seguirá a Arthur y un grupo de profanadores de tumbas antiguas en busca de reliquias. Detrás de la historia principal está la historia de Italia, una joven brasileña que trabaja en una casa burguesa y esconde a sus hijos en las habitaciones para que la dueña de casa no los descubra. Como telón de fondo se deja entrever una línea más atractiva que la principal, la que explora las tareas domésticas, las relaciones laborales y las alianzas femeninas. Y sobre todo el pasaje encantador que emprende Italia desde la timidez a la audacia.

I. Niñxs escondidos
Italia, es empleada doméstica y aspirante a cantante. Las fronteras entre alumna y criada son difusas y también una suerte de engaño. La chica que toma clases de canto a cambio de su trabajo es más lo que trabaja que lo que estudia. Las prácticas de canto resultan menos frecuentes que las labores domésticas diarias. En esa gran casa hay que servir el café a las visitas, planchar y controlar las goteras del techo los días de lluvia. En las casas burguesas del siglo pasado de las últimas películas de Rohrwacher, la pintura de los murales está descascarada y cubierta de humedad, las habitaciones son frías y se calientan con leña. Pese a la decadencia el status sigue existiendo porque hay un piano, una gran biblioteca y, sobre todo, servicio doméstico. La burguesía caída en desgracia continúa aferrada a las glorias de su pasado y a su herencia material -ya escasa- y cultural.
Las hijas de la dueña de casa están convencidas de que se oyen los llantos de un niño. ¿Serán fantasmas o un hijo de la sirvienta? ¿Es posible que haya niñxs en las habitaciones vacías que, como si fuera un juego de mesa, cada vez que la dueña avanza una habitación/casillero ellxs retroceden?
No conocemos el pasado de Italia, de su vida en Brasil ni de las ilusiones que la llevaron con sus niñxs a ese pueblo y a esa casa (¿Será que su nombre la llevó hasta allí?), pero sí podemos intuir a partir de sus gestos su forma de estar en el mundo. Sus descuidos en las tareas cotidianas -la plancha quemando la sábana, la tardanza en responder a los llamados de la dueña de casa- son producto de detenerse en otros menesteres, en observar detalladamente lo que la rodea -como aquellos árboles que parecen personas-. Su frescura es la contracara del semblante oscuro de Arthur y tal vez sea esa diferencia la que los una.
El acuerdo poco claro entre la señora Flora e Italia- un entramado complejo que confunde la cercanía, e incluso el afecto con las obligaciones patronales- no impide que algunas palabras de Flora queden resonando en Italia y que le den impulso para diseñar su propia vida. Mientras practican una obra de Mozart y ante el tono bajo con el que canta Italia, Flora le dice que el personaje en ese pasaje habla con Dios para salvar su alma “no es momento de bajar la voz”. Italia parece tomar al pie de la letra esta sugerencia para hacer escuchar su propio deseo.
II. La estación
Italia, Arthur y la señora Flora salen de paseo. Italia encuentra una excusa para volver a entrar en la casa antes de la partida y preparar la merienda para sus hijxs. Arthur entra en la cocina, ya ha visto antes a les niñes. El secreto produce cercanía entre ambos. Antes de volver a salir de la casa pasan un breve momento juntos. El cigarrillo compartido será la primera ocasión para acercarse, un paso tímido que emprende Italia en busca de mayor cercanía.
Italia, Flora y Arthur visitan una vieja estación abandonada. Italia pregunta “¿De quién es la estación?” “No es de nadie” dice Flora. “¿Qué quiere decir con que no es de nadie?” dice Italia sorprendida, “¡es pública!, es de todos» responde Flora. Italia se anima a preguntar: “¿es de todos o de nadie?”.
Este pequeño diálogo en el que se intenta definir qué es lo público se volverá un descubrimiento para Italia. Es allí, es en ese momento y a través de esa pregunta, cuando Italia parece comprender que algo de todo aquello le pertenece. Ella y sus hijxs forman parte de ese todxs. El descubrimiento de Italia transforma a la categoría abstracta del todxs en una figura concreta que la incluye a ella y a sus hijxs. Implica una toma de conciencia, la certeza de que nadie es merecedor de la injusticia. El descubrimiento de Italia nace de la observación del mundo y de su capacidad de imaginar que otra vida es posible.

III. Proyecto colectivo
La estación de tren se ha transformado en una vivienda comunitaria habitada por un grupo de mujeres y sus hijxs. Ellas mismas han reparado y pintado las habitaciones, convertido cada espacio en un hogar. Las actividades son compartidas. Esa tarde en el andén, que se ha vuelto jardín, es el momento del tratamiento para quitar los piojos. Lxs niñxs corren por la antigua vía con las cabezas cubiertas por bolsitas de plástico rosas y blancas.
La hija de Italia posibilita el reencuentro entre Arthur y su madre. Italia propone a sus compañeras que Arthur se quede un tiempo con ellas. Entre todas deciden aceptarlo, le proponen contribuir con los quehaceres domésticos, ayudarlas con lxs niñxs mientras ellas trabajan. De manera fugaz aparece la posibilidad de reinventar los roles de género, de encontrar un reparto más equitativo de las tareas. Son las mujeres quienes deciden conjuntamente formas de habitar y socializar la maternidad, de construir un entramado de contención.
Arthur tiene un diálogo silencioso con Italia -en su código secreto- parece que también desea construir un futuro junto a ella, pero finalmente parte mientras todas duermen, Italia percibe el espacio vacío junto a ella y ve cómo se cierra la puerta tras él. Pero para Italia, la vida parece ser algo más que una historia de amor. La habitación es compartida por las mujeres y sus niñxs, al igual que todos los espacios de la casa son comunes y parecen decorados e intervenidos tanto por ellas como por sus niñxs. Hay una presencia muy fuerte del universo infantil: dibujos colgados en las paredes, lápices de colores sobre el mantel, juguetes y cochecitos en el andén. La experiencia comunitaria en la antigua estación propone una forma posible de habitar el mundo, de reinventarlo, una forma colectiva de construir un nuevo futuro. Italia dice, sin poder ocultar su orgullo, ahora más audaz que tímida: “Hemos ocupado la estación, no era de nadie o era de todxs”. Un gesto, un modo de entender lo común, una forma de corporizar ese todxs que no por ser llevado a la práctica de un modo encantador y hasta algo ingenuo se vuelve menos político.