por Mercedes Orden
I
El 21 de junio de 1977 escribe Fernando Birri en «Aquí verano, allá invierno»:
Contra este proyecto de militarización fascista
latinoamericana
un contraproyecto de militancia y resistencia
latinoamericana.
De cultura latinoamericana, cultura no como
información o sola
formación, sino vivencia: cultura como cultivo
(de la propia
tierra): cultura como derecho a la vida.
Cultivar implica ser consciente de un proceso. Un acto de cuidado y compromiso con lo que crece. Un deseo de involucrarse con un proyecto que excede a lo individual. El cultivo conlleva una impronta artesanal que implica, a su vez, a la subjetividad, a la memoria de ese proceso y donde lo demás emerge en tanto fenómeno social. La propia tierra construye un sentido colectivo, de identidad.
Si la cultura es un derecho a la vida como nos decía Birri en esta carta/poesía de despedida a Raymundo Gleyzer, entonces hay que cuidarla de quienes intentan arrebatarla. Aferrarnos a lo nuestro -nuestra historia, nuestros símbolos e imaginarios- nos invita a acercarnos a las formas de resistencia, no como un fin, sino quizá como un medio que nos permita, también, cultivar.
II
Basado en la Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar, La triple A son las tres armas (dirigido por Jorge Denti y realizado junto a Grupo Cine de la Base en 1977) convierte a la denuncia en un acto de lucha tras la desaparición de Raymundo Gleyzer y el exilio del resto de lxs miembrxs del grupo a Perú. Desde la clandestinidad realizan este cortometraje de 15 minutos con carácter urgente con el fin de visibilizar las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura cívico-militar en Argentina, comprender el entramado de complicidades que posibilitaron la misma y poner en palabras e imágenes a lxs responsables.
La dramatización es utilizada como una estrategia narrativa para representar el accionar de un grupo de tareas que ingresa por la fuerza a un domicilio empuñando sus armas. Se oyen los pasos, un golpe, los gritos. La casa queda revuelta, una mujer es secuestrada. La habitación se oscurece, solo una máquina de escribir sigue iluminada, la cámara se acerca a la misma mientras escuchamos el principio de la Carta Abierta escrita por Rodolfo Walsh y publicada a un año del comienzo de la dictadura.
La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
Otra escena se recrea en otro domicilio. Allí un grupo se reúne alrededor de una mesa, la cámara los descubre en un movimiento circular. Un hombre lee pasajes de la Carta. Solo vemos fragmentos: el cenicero, el mate, el diario Clarín, las manos como puños cerrados apoyados sobre la mesa o el mentón. No hay rostros, hay cabellos, narices y bocas. El archivo irrumpe la escena con fotos de María Estela Martínez de Perón reunida junto a los militares que luego llevarían a cabo el golpe de Estado. El contraste se construye en torno a la lógica grupal: de un lado quienes se reúnen a compartir mates e información, del otro las fotos de actos oficiales con las copas alzadas. De un lado los sweaters en cuerpos encorvados dispuestos en dirección a la mesa, del otro los uniformes en cuerpos rectos. De estos últimos sí veremos los rostros quizá porque no entraron en la clandestinidad o quizá porque son los principales responsables de los 30.000 desaparecidxs.
La carta y el cortometraje avanzan en un trayecto de lo individual a lo colectivo. Ya no es el caso de un escritor, de una secuestrada ni de un grupo, sino de lxs trabajadores, estudiantes y del pueblo argentino como blanco de ataque frente a un plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio como forma de disciplinamiento social. Las fotografías, los dibujos y el material audiovisual testimonian el horror. Las palabras de Walsh vuelven mientras observamos los rostros de las víctimas de la dictadura deformados por golpes, atemorizados, sucios, ensangrentados.
Hacia el final, las otras víctimas aparecen, son lxs explotadxs, imágenes de la pobreza que confirman un plan global y, en particular, el rol del imperialismo norteamericano en el entrenamiento -dentro de la Escuela de las Américas- y la financiación de los golpes de Estado de toda la región que se conocería como Plan Cóndor. Dice Rodolfo:
En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
III
La desaparición Raymundo Gleyzer, el secuestro y asesinato de Rodolfo Walsh no son hechos aislados sino que exhiben una continuidad con la violencia en tiempo presente. Los recientes actos represivos cometidos contra reporteros gráficos y la comunidad audiovisual en protestas pacíficas donde se reclamaban los puestos de trabajo y el hambre del pueblo vuelven sobre el plan de intentar acallar cualquier intento de crítica y visibilización. Nuevamente se pretende generar temor con el fin de no dejar registro del descontento social y los actos de resistencia.
Borrar la memoria del pasado e impedir las imágenes del presente a través de acciones como la desfinanciación del INCAA, el intento de cierre de Agencia Télam o los actos de censura a la Tv Pública no son solo un ataque contra la libertad de expresión, sino una lucha por lo simbólico donde discursos oficialistas colmados de mensajes psicopáticos y datos falsos intentan quitarle importancia a los crímenes de lesa humanidad equiparándolos con acciones de civiles -en un revival de la Teoría de los dos demonios- poniendo en duda a lxs 30.000 desparecidxs y atentando contra el consenso democrático.
A pesar de la distancia temporal y generacional, las palabras de Rodolfo, retomadas por el Grupo Cine de la Base, nos interpelan e invitan a pensar de qué modo nos podemos comprometer con el presente. Un compromiso que no implique una respuesta similar al discurso de odio promovido por el gobierno actual, sino comprender el potencial de lo propio, construyendo nuestras herramientas y mirando hacia atrás para recuperar la herencia que no pueden arrancarnos.
IV
En un presente donde nos quieren inmóviles, atomizadxs, censuradxs, desfinanciadxs, empobrecidxs, no podemos olvidar que parte de esos despojos tiene la intención de quitarnos, a su vez, la posibilidad de imaginar. Crear memoria puede ser un modo de resistir. Volver sobre nuestra historia y rearmar la idea de un proyecto que vaya más allá del propio, donde podamos imaginar otros mundos habitables, implica comprender que tal construcción no puede lograrse de forma aislada.
Cultivar el presente quizá sea una respuesta a la hora de preguntarnos qué podemos hacer. En épocas donde intentan despojarnos de cada derecho conquistado, no podemos permitir que se queden, también, con nuestra potencia creadora. Las palabras de Rodolfo vuelven y toman más fuerza a la hora de insistir en la importancia del proyecto común.
El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información.