por Mercedes Orden
Volver al cine después de un año puede sentirse como un logro, pero esta edición la comienzo con la historia de una derrota presenciada entre reposeras amarillas ubicadas en los jardines del Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori con el otoño haciendo señas, como diría Juan Gelman. Frente a nosotros, la pantalla, un silbido anónimo cuando el spot del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aparece y detrás las vías que confirman lo inevitable: los diálogos que se interrumpirán, la tensión de este melodrama cortada en cada paso del tren hacia o desde estación Retiro.
En blanco y negro la cámara envuelve el ambiente, descubre con suavidad los espacios de una casa habitada por una pareja de adultos mayores. Es allí donde comienza la derrota, en el cuerpo de un hombre («El viejo») recostado entre la desesperación del insomnio y el pasado que cada noche viene a buscarlo para transformar su reposo en no más que un mísero sueño liviano. Las escenas se (re)vivencian, incluso en momentos que no estuvo y donde lo imaginario hace su trabajo. Se levanta, va hacia la habitación de su esposa Beatriz, la mira con desprecio, la fotografía desnuda creyendo que está dormida, o sin importarle del todo, porque cuando el flash se dispara, no hace ningún gesto que confirme lo contrario. Se intenta masturbar, no lo logra y abandona la habitación con una frase que destila resignación y violencia: «Ni para esto me sirves».
Ella está despierta, inmóvil, lo escucha y retiene sus palabras para llevarlas hasta el cuaderno de memorias que guarda en secreto y escribe a puerta cerrada con la intención de que el paso del tiempo no arrase con todo. A la mañana Beatriz se levanta, va a clases de tango a escondidas, quizá para ver a su pareja de baile, o quizá como su único gesto de libertad y rebeldía, pero él no aparece entre las cortinas metalizadas que recortan y multiplican los cuerpos en medio de la pista. Entonces baila con la profesora, luego se quita el vestido de brillos, baja de los tacos y regresa en zapatillas a la atmósfera opresiva de su hogar.

Arturo Ripstein vuelve al cine con El diablo entre las piernas para abordar una crisis en la tercera edad, donde la sexualidad, las obsesiones y la violencia conviven bajo un mismo techo, entre los rincones oscuros habitados por celos, maltrato y asfixia que tejen una cotidianidad de la que no pueden escapar estos personajes, como si fueran parte del elenco de El ángel exterminador -película de Luis Buñuel donde Ripstein fue una especie de joven asistente de dirección-; como si entre ellos primara una fuerza mayor, llámese miedo, soledad y/o relación enfermiza, que los obliga a permanecer dentro aunque el vínculo los destruya, como un triste tango que suena de fondo porque ¿qué otra música si no esa nos habla del desamor con tanta precisión?
Beatriz es maltratada psicológicamente en diferentes situaciones, insultada, acusada de tener el diablo ardiendo entre sus piernas y tantas otras cosas que solo su cuaderno sabe, mientras el hombre intenta calmar el odio posesivo que le genera las situaciones imaginadas con una amante (Patricia Reyes Spíndola) que funciona a modo de venganza. Mediando el vínculo, aparece Dinorah (Greta Cervantes), una joven que trabaja en la vivienda y les recuerda a una hija que, a diferencia de ellos, supo irse a tiempo. Ella observa asombrada la destrucción, atestigua los padecimientos y señala el encierro de los protagonistas en sus mismas historias.
Entre los secretos y las apariencias que se forman y deforman en una casa rodeada de espejos, Ripstein logra exhibir los frentes y detrás. Alejandro Suárez y Sylvia Pasquel se entregan en cuerpo y psiquis a personajes derrotados, vestidos con batas gastadas, interpretados con una profundidad que llega al punto cúlmine en una charla de sillón donde las confesiones y el maltrato avanzan en paralelo. Mientras tanto, un tren pasa detrás de la pantalla, poniendo la tensión en suspenso y silenciando las voces de los protagonistas en el momento justo en que se lleva a cabo una especie de batalla freestyle de reclamos.
El guion escrito por Paz Alicia Garciadiego lleva el maltrato hasta el límite y lo traspasa. La violencia ocupa todas las palabras, las venganzas, los tiempos que avanzan a paso de bastón, los cuerpos cansados hasta el punto de la desesperación donde nada parece tener vuelta atrás, pero tampoco una salida alternativa. La oscuridad del ambiente retratada en una seguidilla de elegantes planos secuencia es también la de la historia y la de esta pareja que no puede más que sentarse a esperar la muerte en medio de un México que ha perdido toda esperanza de color.
México, España, 2019 Dirección: Arturo Ripstein, Guion: Paz Alicia Garciadiego, Fotografía: Alejandro Cantú Edición: Mariana Rodríguez, Diseño de Arte: Alejandro García, Sonido: Aldo Navarro Música: David Mansfield, Producción: Miguel Necoechea, Mónica Lozano, Antonio Chavarrías, Marco Polo Constandse, Producción Ejecutiva: Miguel Necoechea, Mónica Lozano, Compañía Productora: Carnaval Films, Oberon Cinematográfica, Intérpretes: Sylvia Pasquel, Alejandro Suárez, Greta Cervantes Duración: 145 min. |