NUEVAS PESADILLAS LÚCIDAS: «EL PRÓFUGO» (2020), NATALIA META


por Mercedes Orden

Estas ficciones de la mente, con todos sus personajes, objetos y espacios, subsisten durante un tiempo –lo que dura el sueño– en una zona o dimensión paralela a la de la vigilia. El acceso de una dimensión a la otra no es imposible, pero supone un esfuerzo de la voluntad que está ausente de los personajes del sueño, que por lo común sólo ejecutan su papel, o que una persona de la vigilia sepa cómo cruzar del otro lado y desee hacerlo, ya que nadie ha vuelto de allí con sus facultades intactas.

C. E. Feiling en El mal menor

La voz es el principal recurso en la vida de Inés (Érica Rivas). Una que logra un lenguaje neutral para su trabajo como actriz de doblaje en películas orientales y luego alcanza el tono soprano cuando practica junto al coro lírico de mujeres en el escenario del CCK (Centro Cultural Kirchner, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires). Entre repeticiones y ejercicios, ella la controla pero, ahora, algunas voces interiores intentan controlarla a ella. En su segundo largometraje, Natalia Meta (Muerte en Buenos Aires, 2014) se centra en un momento de quiebre en la vida de la protagonista producido por un suceso traumático que cambia por completo el modo de percibir el mundo.

Pero todo comienza por el paraíso. Inés junto a su pareja, Leopoldo (Daniel Hendler en el papel de un «típico machirulo») deciden emprender un viaje hacia la Riviera Maya. En el avión, distintas señales le advierten que lo mejor sería escapar de esa aventura, pero el despegue ya ocurrió. Luego de aterrizar en la costa caribeña, los climas de tensión y relajación son vivenciados de manera constante. Pasados los tragos, el karaoke y las excursiones con murciélagos al interior de cuevas subacuáticas, la pareja vuelve a la habitación del hotel. Inés parece sentirse hastiada por las actitudes de Leopoldo quien intercala sus muestras de afecto con comportamientos obsesivos e inseguros, intentando interrogarla acerca de sus relaciones pasadas y sus sueños, es decir, donde él no puede acceder —o eso pensamos, en primera instancia—.


En contraste con los paradisíacos paisajes retratados en planos aéreos que atestiguan la belleza del lugar, un hecho trágico convierte ese espacio en un infierno que irá avanzando sin pausa y será revivenciado en pesadillas que cobrarán cuerpo en la mujer hasta que sea imposible poder escapar de ellas. Mientras tanto, buscará seguir con su rutina, aunque todo haya cambiado sus formas. Otra actriz de doblaje (Mirta Busnelli) le informa: ya no está sola en su interior. Tampoco en lo cotidiano, ya que dos personajes aparecen para acompañarla en medio de este proceso: su madre (Cecilia Roth) y Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), un afinador de órganos.

A los ojos de la protagonista, el mundo cambia su aspecto. La asfixia del presente queda reforzada por primeros planos que la arrinconan y observan en su desesperación mientras comprende que la realidad como la conocía, puede ser de otras formas. Entretanto, ya no hay modo de poder discernir la frontera entre la vigilia y el sueño. Al fin y al cabo, todo participa de ese mal sueño del cual no logra escapar.

Estrenada en la Competencia Oficial del Festival Internacional de Berlin, El prófugo se deja hipnotizar por la interpretación de Érica Rivas —junto a un sólido elenco que sirve como punto de apoyo—, en el rol de una mujer que no logra encajar con la realidad que la rodea. Allí, Inés queda hundida en diversas capas de oscuridad donde la intensidad dramática tiñe los objetos y paisajes de azul. Como si fuera parte de una parálisis del sueño, la mujer se encuentra inmóvil, sin capacidad de salir de ese estado, entregando a este thriller una variante psicológica donde lo más peligroso no habita en el exterior sino dentro de su mente.

Meta adapta la novela de terror El mal menor, de C.E Feiling, 1996 y siguiendo a ese autor, indaga en lo sobrenatural, nivel donde él resaltará su rol catártico en el cual: «mientras dura, el relato de terror nos hace olvidar lo verdaderamente natural»1 . La realidad de los sueños se convierte en parte del trabajo de elaboración del duelo al que se enfrenta la protagonista. La profundidad es un motivo que se repite, sea dentro de la cueva, en el inconsciente o los traumas. Un sentido que empuja a la historia a avanzar sobre territorios incómodos con más dudas que certezas, sin que ello implique un punto débil en el guion sino que arrastra a les espectadores a ese mismo espacio donde nada resulta del todo seguro, un poco como en un sueño, pero también como la vida.

1C.E. Feiling, «La pesadilla lúcida: apuntes sobre el género de terror» en Los mejores cuentos de terror, 1997.

Argentina, 2020
Guion y Dirección: Natalia Meta. Colaboración en Guión: Leonel D’Agostino
Producida por: Rei Cine, Picnic Producciones. Elenco: Érica Rivas, Nahuel Pérez Biscayart, Daniel Hendler, Cecilia Roth, Guillermo Arengo, Agustín Rittano, Gabriela Pastor, Flor Dyszel, Mirta Busnelli. Productores: Benjamin Domenech, Santiago Gallelli, Matías Roveda, Natalia Meta, Fabiana Tiscornia. Co-productores: Axel Kuschevatzsky, Lorena Villarreal, Julio Chavezmontes. Productores asociados: Phin Glynn, Cindy Teperman, Luz Orlando Brennan, Ariel Rotter, Verónica Cura. Dirección de Fotografía: Bárbara Álvarez. Montaje: Eliane Katz (SAE). Dirección de Arte: Aili Chen. Diseño de Sonido: Guido Berenblum (ASA). Música: Luciano Azzigotti. Dirección de Producción: Mercedes Tarelli. Asistente de Dirección: Adriana Vior, Marcello Pozzo. Casting: Mariana Mitre, Laura Paredes. Vestuario: Mónica Toschi.
Maquillaje: Emma Miño. Peinado: Silvina Paolucci. Duración: 94 minutos.

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