por Joy Cantieri
Cuando veía Halloween de chica siempre me sentía atrás de la máscara, deseaba que alcanzara a las víctimas, una persona cortada en dos empujada a un ascensor me parecía una belleza audiovisual, una persecución de noche en un hospital con luces titilantes era mi Mundial porque ver a un asesino en serie ser creativo era objetivamente divertido.
No sé si fue post Me Too, creo que es más reciente incluso, pero las películas de terror empezaron a tener una carga emotiva que las hace más recordables y traumáticas. Ahora, incluso en el slasher, vemos las historias de las víctimas, entendemos sus complejidades, nos identificamos con sus vidas y deseamos que sobrevivan, o al menos que no sufran. Nos hacen desear que tengan un final feliz, o aunque sea digno. No nos da lo mismo que les peguen un hachazo en la espalda o que primero les arranquen la piel por una semana.
Hubo una seguidilla de pelis explicando los orígenes de asesinos seriales como Hannibal, Jason Voorhees, Michael Myers, El Guasón, que trataron de generar una mirada compasiva hacia los criminales y un poco nos hicieron replantear hasta qué punto es TAN incomprensible que esa gente en esos contextos tenga un quiebre y salga a matar gente.
En estos últimos dos años fue muy fuerte la perspectiva de las víctimas y de lo cotidiano, por ejemplo en Dahmer. Fue imposible no pasar al cuerpo el terror de que te metan una pastilla en el trago y te desaparezcan para siempre. Fue desesperante ver la búsqueda de las familias y la impunidad policial. El mayor terror pasó por la impotencia y se transformó en una angustia sin alivio, creciente con cada avance de la historia.
En The Watcher (al igual que Dahmer, una producción de Ryan Murphy) el combo es perfecto: se trata de una familia que se endeuda muchísimo para comprar una mansión en los suburbios y hay alguien que les deja cartas diciéndoles que los está observando y se mete en su propiedad burlando todas sus medidas de seguridad.
Normalmente en las películas de mansiones sabemos que hay un fantasma y ya. Acá nunca nos dan indicios de que sea algo sobrenatural, al contrario, la sensación es que PUEDE SER CUALQUIERA. Todo el entorno se vuelve sospechoso y hostil, no hay dónde acudir, ni siquiera salir de la casa es una solución. La deuda y los problemas financieros potencian la vulnerabilidad y el acorralamiento. Las mismas víctimas se vuelven psicóticas de tan absoluta que es la incertidumbre. Las enloquece el miedo al fracaso, la vergüenza y la terquedad de querer entender, porque nada da más miedo que no entender. The Watcher te deja un peso en todo el cuerpo y los pensamientos erráticos, acelerados. Cuesta salirse de esa atmósfera, te queda una incomodidad inexplicable por mucho tiempo.

Halloween está en otro nivel. Desde su estreno en 1978 no paró de ponerse al día con la actualidad para ser clásico pero efectivo. En Halloween Ends, el final definitivo de la saga, hicieron un cierre perfecto de la historia con la teoría de la infección como eje central. En el inicio, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) asegura que el pueblo está infectado por el miedo, que se fue contagiando de generación en generación incluso en personas que nunca tuvieron contacto directo con Michael
Myers. El miedo lleva al pueblo a la locura al punto de el linchamiento colectivo de un paciente psiquiátrico, en Halloween Kills (2019) porque creyeron que era Michael sin máscara. Al igual que en The Watcher, el anonimato es un factor escalofriante. Cualquiera que se ponga la máscara ES Michael Myers, como cualquiera que envíe una carta ES The Watcher.
Halloween Ends es una película sobre las secuelas del terror. Laurie, que escapa de Michael desde los 17 años, tiene toda su noche de Halloween organizada en torno al regreso de lo que llaman su monstruo. El pueblo la acosa y responsabiliza de la psicosis, de las muertes, de las lesiones irreversibles que sufrieron quienes se enfrentaron a Michael y sobrevivieron. Le dicen que es porque ella lo atrae, cuando en realidad la culpan de no haber sido asesinada. La maldición de Michael finaliza cuando logre matar a toda su familia y al no poder matar a Laurie sigue regresando y matando más gente.
En las pelis anteriores la veíamos rodeada de armas, con su casa convertida en una trampa y volviéndose loca para evitar que matara a su hija y nieta. En esta última se la ve tranquila, sin tomar recaudos, tratando de llevar la fecha con la mayor normalidad posible. Pero hasta lo más mínimo la quiebra y termina llorando y rompiéndonos el corazón. Es la versión más sensible y humana de Laurie y sin embargo es la primera en actuar ante las injusticias. Halloween fue una de las primeras
películas en ridiculizar a la policía y mostrar que siempre llegan cuando ya pasó todo. Acá la policía sólo sirve cuando se hace a un lado y la deja actuar a ella.
El diálogo final de Laurie con Michael lejos de ser épico es desgarrador. Deja al descubierto todo el dolor acumulado, que es un dolor amoroso y cansado, deja el rol de víctima para volver a ser su hermana.
Es imposible no sentir una sensación de vacío enorme al saber que con este final se acaban los estrenos de esta saga icónica que a muchos nos acompañó toda la vida, pero nos dejan con una pequeña esperanza para que no nos relajemos: el mal no muere, sólo cambia de forma.
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