por Nicolás Noviello
Sentir hasta resistir
Sin que ninguna idea haya logrado macerar correctamente, se ofrecen aquí algunas palabras surgidas de la indigestibilidad que produjo la proliferación de una crítica que insiste en practicar una suerte de haiku con puntaje. Sus puntajes van del 0 “no la entendí” al 10 “confirma todo lo que yo siempre digo”. Lógica twitera de sentencias baratas que podrían estar destinadas a sobres de azúcar que consumen personas sin tiempo para ver películas pero con la necesidad de juzgarlas fingiendo haberlas visto1. Experimentar otra mirada no interesa, les otres no interesan (¿será por esto que aumenta la buena fama de la empatía que siempre prioriza la propia mirada?). Paren la oreja en los bares y la fila del boliche, no sea cosa que luego de la (gran) reciente encuesta de cine argentino proliferen les cancherites que basen sus conocimientos en haber leído unos cuantos títulos. La cinefilia se empeña en acumular títulos y datos curiosos, ver películas y pensarlas es otra cosa.
Por suerte el festival es justamente esa otra cosa, porque llena las salas de gente dispuesta a participar de una experiencia, antes que nada eso es: una resistencia a la no experiencia, una trinchera ante la estupidez que el espectáculo propone en su despliegue. Experimentar con el cuerpo en una sala, suspender la dispersión, emocionarse, entusiasmarse, salir conmovido de una función. Aplaudir, aplaudir de verdad, no con cara de no entender qué mierda está pasando. Las caras en las salas oscuras no se ven, los piolas no reptan con tranquilidad.
Titi me preguntó si he visto muchas películas
Acumular es el meta en El juego de la vida, un juego sin lore, sin historia, está claro. Acumular novias, como Bad Bunny; acumular títulos de películas, como buen cinéfilo; acumular fichas LIFE, cómo buen jugador. El juego de la vida no es free to play, es pay to win y la retórica del winner que hoy domina el mundo es imperialista. Tener más que otre implica ser más, no tener implica no ser. Aunque les jóvenes posamos y perreamos felices cantando cosas como: yo quisiera enamorarme, pero no puedo. Sorry, yo no confío, Nah, ni en mí mismo confío, nuestras condiciones de vida nos fuerzan a la contradicción permanente y nos posicionan en una resistencia inevitable a esa lógica, aquella que no nos permite fingir y nos sabe perdedora en ese juego, nos hace sentir hasta resistir habilitando la posibilidad de intentar dignificar nuestra forma de vida. Esa resistencia, de ser aceptada, es una postura tan filosófica como poética. Una actriz fracasada, jóvenes sin la posibilidad de un hogar, un músico al borde de la frustración, todes dispuestos a amar, dispuestos al dolor de sentir, a sentir dolor. Tal vez ese sea el hilo secreto que une esta caprichosa selección de películas argentinas, absolutamente distintas entre sí, vistas en el festival: una forma de observar el mundo desde este rincón al sur condenado a la derrota, pero que no se resigna a no sentir, no resigna la experiencia.
Detrás del pastizal hay más quizás, por las prisas no lo avistas2

¿Cómo sentir y no demostrar?
En la sección Nuevos Autores del Festival Internacional de Mar del Plata pudo verse una gran película llamada Unrest (Cyril Schäublin), película diametralmente opuesta a Juana Banana (Matías Szulanski) en muchos sentidos. En aquella película suiza, un personaje (una de las trabajadoras anarquistas) dirá que no usa despertador, que siempre se levanta a la misma hora. Reloj biológico se dice hoy solo para referirse a los animales que todos los días a la misma hora tambalean con su pata el platito de comida vacía y los admiramos por eso. Unrest transcurre en los finales del siglo XIX y marca el ocaso de una época en la que las personas aún se sabían dueñas del tiempo, de su tiempo. Sobre el final de la película se habla del desarrollo de los nuevos relojes despertadores y a la par se despliega la llegada de un nuevo modelo de trabajo a las fábricas que comienza a afectar en los cuerpos. Mientras que los vigilantes comienzan a tomar el tiempo a las trabajadoras en las fábricas, los despertadores llegarán a sus casas. La hora no será más algo que se mira, comienza a ser algo que nos llama, que nos apura. Una nueva era comienza, comenzamos a ir detrás del tiempo y este impera sobre nosotros. El cuerpo se maneja distinto, sus horas comienzan a regirse por un valor monetario.
Juana vive en el siglo XXI, no tiene horarios, no tiene trabajo fijo, no programa planes, hace lo que quiere cuando le pinta, dice lo que le pinta cuando quiere. Tampoco es anarquista. Juana no puede quedarse quieta, tiene ansiedad y no quiere detenerse a pensar. La película funciona cómo Crank, veneno en la sangre en la que su protagonista, Jason Statham, debe mantener su adrenalina al palo, si se detiene se caga muriendo, Juana, de hacerlo se angustia, se deprime y llora. Pero Juana siempre tiene un antídoto en su riñonera que le permite bajar un cambio: un porro. Ya no hay que robárselo a papá, lo tenemos en el bolsillo y en ocasiones nos salva de las pastillas.
Quizá Dios también mete escabio y carioca.
Juana tiene un novio que es un imbécil y la deja en la calle por otra mina, un amigo sincero que ve de vez en cuando y una amiga que le ofrece hogar pero la echa cuando quiere coger. Juana se aferra a un libro, a una esperanza y se obsesiona. El libro dice que existe un hombre solo, uno tan solo como ella y al saberse solos ambos ella encuentra una pequeña compañía. Pero la historia no es suficiente, la experiencia de la lectura no alcanza. Juana, no busca amantes, ni aduladores, ni ser amada (¿sería mucho pedir?), tampoco eso que tanto justifica el comportamiento egoísta de nuestro tiempo: el amarse a sí misma. Juana busca un cuerpo para amar, necesita esa pronta entrega.
Si una película propone, en su duración, distintas puertas para entrar en ella, en Juana Banana es difícil no entrar a la primera y poder continuar. El montaje, ya en los primeros planos, te empuja y arrastra con la prepotencia de una fila infinita ingresando a un recital que ya comenzó, no hay más entradas: entrás o te quedás afuera. El tiempo ya no nos pertenece, corremos detrás del tic tac, la referencia solariana es evitable. Es una película bastante insoportable. Detenerse a pensar es casi una imposibilidad biológica. El pensamiento se exterioriza y fluye en una charla, lo no dicho no existe en Juana, no hay inhibición ni para coger en lo de sus suegros. El gran acierto de la película es solo detenerse una vez, en el cine: en soledad y sin la interrupción de la dispersión, el personaje llora y se conmueve con tranquilidad, los personajes la acompañan.
En el desenlace de la película Juana se funde en un abrazo con quien tanto buscaba y se quiebra en una risa llevada al paroxismo, la estabilidad emocional brilla por su ausencia, el cuerpo es demasiado frágil, demasiado permeable. Juana Banana es una película de una joven normal, le queda amor, menos mal. La ciudad absorbe bondad, Juana no se transforma ¿cómo sentir y no demostrar?
Esto de estar a mil, se que no es para mí.

Viva el amor
Vía negativa (Alan Martín Segal) es la película más marplatense que pudo verse en el festival, la apropiación es gratuita (cómo casi todo en este texto). Que su casting se haya realizado en Mar del plata nada tiene que ver, el aire de ciudad balnearia que se respira en los planos es el culpable. Quien diga que Mar del Plata no es una de ellas seguramente no vive aquí.
Mar del Plata funciona con una lógica balnearia y poco le importó alguna vez funcionar de otra manera. Tiene sus privilegios, su extensión geográfica y su magnitud demográfica, sus universidades y hospitales, así como sus eventos nacionales e internacionales. Pero los dos principales ejes que atraviesan la vida de cualquier joven (que decide quedarse) son la vivienda y el trabajo, y estas están afectadas de lleno por el funcionamiento de la ciudad. Todo se enfoca a facturar lo más posible en el menor tiempo posible, funcionar durante 2 meses (menos incluso) y morir el resto del año, arrastrando a su población a una forma de vida somnolienta que espera nuevamente una temporada que no disfrutará, solo se auto-explotará. Allí es donde se mueve Vía negativa, por los pasillos de edificios abandonados y comercios cerrados, paisajes fuera de temporada. En esas galerías se genera un encuentro, un joven que deambula por allí con dos chicas que ocupan edificios ¿Los motivos? en la película se disuelven, como la “ideología antiestatal” que propone su sinopsis. Seguro el porro acá también tiene la culpa, las fumatas son los rituales de la orga. Pero la propuesta está y así como un desprevenido puede presentar la película como una serie de mitos urbanos inocentes y divertidos, otro puede discutir esa mirada dándole un marco a la película. El Estado aparece con una visión decadente, en desaparición, no es la propuesta de sus protagonistas, sino de la película. Esto se explicita desde su intervención con una cartelería patética a las anécdotas vergonzosas de algunos funcionarios anónimos. Pero la mayor aparición del Estado es su ausencia, mencionarlo mientras se muestran ruinas. Lo mismo que sucedía en Luz distante de Santiago Reale.
Este siglo comenzó, entre tantas cosas, con una serie (que, por cierto, no es una película, pocas restricciones tenía la encuesta cómo para no respetar la principal, hoy todo es opinable, no importa defender la verdad) Okupas. La problemática homónima es siempre agradable cuando se la ve en una ficción, cuando no, las topadoras son festejadas por ambos sectores de la grieta. La situación habitacional es esa que: tiene a personas ocupando terrenos (en MdP barrios como La Herradura, Las Heras, etc); que tiene a los templos modernos con hasta 10 personas durmiendo en el suelo (hablo de los bancos, por supuesto, los cajeros siempre tienen las puertas abiertas al pueblo); y también es la que tiene a jóvenes mudándose dos veces por año, un promedio de una vez cada 6 meses. El estrés que produce la vida nómada no permite cargar la vida de cosas triviales como el afecto. Los inmuebles se usan en temporada, el resto del año es más rentable que estén vacíos y así el Estado nos tiene, con la ñata contra el vidrio sin permitirnos entrar. Pero a partir de esto también surge la imposibilidad del encuentro, de la unión y es lo más interesante que Vía negativa propone. El no interés por esto también es una política de Estado, Mar del Plata, por ejemplo, es la ciudad que expulsó de una plaza a la Feria del libro, por “ruidos molestos”, bajo la gestión del PRO. Entre esas otras cosas que abrieron nuestro siglo está la consagración del club más grande de América con un presidente que luego gobernará la ciudad autónoma y el país. El club modelo pasó a ser Boca Juniors y las políticas de Macri fueron más parecidas a las de una gestión de un country que de un club social. Los espacios de encuentro se perdieron no solo por la inseguridad que la economía ocasiona, sino también por una política.
Hay algunos momentos conmovedores en Vía negativa y uno de ellos es la aparición del último espacio de comunión que tuvo una generación: el cyber. Todo lo vintage que hay allí, lo melancólico de la escena, está cargado en esos monitores, en ese hardware que tan poco duró en nuestras vidas. La soledad y pérdida del material se condensan muy bellamente en las miradas que el empleado del local le regala al protagonista de la película. El gag de la banda musical en esa escena es genial: durante toda la película existe un colchón sonoro que, allí, se vuelve una voz. Había alguien detrás de ese loop interminable, no solo un software, había un cuerpo. La propuesta es ocupar espacios ¿los motivos? ahora tal vez sea recuperarlos. Los vacíos en una película también pueden ocuparse.
Otro momento destacable es la intervención de Jairo interpretando Idioma suave de Entre Ríos, porque allí algunas ideas se acomodan. Antes habíamos visto a un joven consiguiendo un pasaporte para irse del país, quienes lo venden le explican que es posible acomodar el pasado, la pregunta del chico es simple “¿es legal acomodar el pasado?” en Cambio cambio (Lautaro García Candela) alguien le podría responder “esto no es legal, pero es legítimo”. Vía negativa acude al pasado no con nostalgia, sino con miedo, miedo de que el pasado regrese. Pero parece que es el único lugar al que (se) puede ir.
Ese salto que imaginamos de Unrest a Juana Banana aquí es más resumido. Hay cambios que pasan desapercibidos, se vuelven poco interesantes, porque al nivel de la Historia no operan contundentemente, pero los cyber fueron, tal vez, el último vestigio de un espacio de encuentro para les jóvenes y su desaparición fue un hito. ¿Cuáles son los espacios sociales hoy? ¿dónde se reúnen les jóvenes e intercambian opiniones? ¿existen fuera de internet? En Vía negativa son los pasillos de galerías deshabitadas, el margen de lo no habitado ¿cómo vamos a pensar en espacios de comunión si no interesa habitar los ya existentes? ¿cómo podemos pensar diálogos que no existen? el cine puede proponerlos. El cine debe proponerlos.
En los ‘90 hubo una película que pensó en una problemática similar de manera magistral, quitando algunos lugares festivaleros comunes (no hace falta esperar a los títulos, en los planos ya se percibe el apellido Solnicki) en los que cae Vía negativa, porque aquí estamos para celebrar el encuentro entre el vacío que se percibe y la ternura se asoma, recordemos a Viva el amor de Tsai Ming-Liang 3.
1 Dolina, en un segmento de su programa La venganza será terrible, sugiere que la gente no quiere leer, quiere haber leído e incluso propone una pastilla que se venda en farmacias solucionando esto. Netflix no ha logrado producirlas, pero las plataformas ya permiten aumentar la velocidad de reproducción, y gracias a los guiones recitados en los diálogos solo hace falta un doblaje en nuestro idioma para tener de fondo y no tener que mirar.
2 Las constantes citas a lo largo del texto hacen referencia a un mismo disco de un joven rapero argentino que plasma, al igual que estas películas, los conflictos de la vida en las ciudades contemporáneas. Disco elaborado en el encierro pandémico desde los márgenes de un monoambiente. La vida observada desde un monoambiente, un monoambiente alquilado. Funcionaron, junto con muchas referencias, cómo un mapa para facilitar y ordenar la escritura, se dejaron por honestidad. L.E.A.L. de Kelo Kamada.
3 Pensando en Tsai y Argentina, qué linda película hubiésemos tenido si Duprat y Cohn hubiesen visto The Hole. Todo el cine de Tsai abarca las problemáticas mencionadas en este texto.