CANCIÓN DE RESISTENCIA: «ALCARRÀS» (CARLA SIMÓN, 2022) #MUBI

por Mercedes Orden

¿Dejaremos llevar cobardemente
riquezas que han forjado nuestros remos?
¿Campos que ha humedecido nuestra frente
dejaremos?

de «Jornaleros», Miguel Hernández

La herencia como disparador, la resistencia como concepto en crisis. En Alcarràs (2022) el trabajo en la cosecha, enseñado de generación en generación, señala una continuidad con la canción popular que transmite un abuelo a sus nietes. Una canción de camadería acompaña a esta historia en diferentes momentos para otorgarle un sentimiento de nostalgia a ese pueblo rural llamado Alcarràs, en la provincia de Lérida, Cataluña. En su segundo largometraje, Carla Simón (Estiú 1993, 2017) se apoya en actrices y actores no profesionales para construir un realismo rural en torno a la familia Solé.

La película se ubica en un punto de inflexión donde, frente a una crisis productiva y la aparición de nuevas tecnologías que irrumpen con sus paneles solares, cada hije expone su punto de vista dejando a la luz sus deseos e intereses. Por un lado está la opción de resistir, por el otro, aceptar la derrota y entregarse a la modernización que se impone. En medio de un ambiente hostil, hay niñes que inventan realidades lúdicas y adolescentes con sus propios modos de evadir un escenario en permanente cambio. A través de una serie de situaciones que ocurren en paralelo como si fueran parte de un barullo in crescendo —donde el conflicto migratorio ocupa también su lugar, aunque sea secundario— Simón establece una crítica política y actual acerca de la problemática del campesinado que intenta subsistir sin políticas estatales que lo acompañen, junto a un individualismo que se instala como síntoma del presente.

La cámara se posiciona no solo como un simple testigo sino como un personaje más que acompaña al resto de les protagonistas a partir de planos cerrados donde las capas de la cotidianidad ostentan un conflicto entre la cultura artesanal vulnerable y los intereses empresariales. Entre la resignación, el extrañamiento y la ternura, Alcarràs atraviesa distintos climas para entregar un retrato de época. La crisis de las formas tradicionales de producción a pequeña escala son retomadas desde la ficción como una transición donde dos imaginarios de la técnica se encuentran en pugna: un modo de hacer cercano al concepto de techné, en relación armoniosa con la naturaleza, se opone a una tecnología que prioriza el lucro.

En esa cámara cercana que camina entre la vegetación junto a les protagonistas y en la manera en que el realismo se construye, el cine de Simón recuerda al de Alice Rohrwacher. Las decisiones formales escogidas para retratar los pueblos resultan similares. La cosecha de duraznos, la crianza de abejas y el cultivo de tabaco son observados con el mismo respeto e interés como si pudieran ser escenas intercambiables a lo largo del trabajo de ambas directoras. En esa interrogación acerca del trabajo artesanal, cierto valor cultual emerge y es capturado por ellas a través de la belleza que ostenta un modo de hacer que pierde los pocos terrenos que le quedan.

Si nos alejamos de la vida de los festivales, donde en mayor o menor medida las mismas películas son ubicadas en un espacio de legitimación a lo largo del mundo, Alcarràs puede permitirse dialogar con el trabajo de otra directora, Helena Lumbreras, quien en 1975 codirigió El campo es para el hombre, junto a Mariano Lisa. Documental español donde se hacía referencia a la enorme desigualdad entre los latifundios y minifundios de Andalucía y Galicia. Las diferencias resultan notorias entre Lumbreras, junto a su clandestino Colectivo Cine de Clase, y Simón, ganadora del Oso de Oro en Berlín 2022, pero se puede advertir un punto de contacto, una continuidad en la crítica acerca de la situación campesina y las desigualdades en torno a la propiedad de la tierra.

En las narrativas del cine rural de ayer y hoy las denuncias a los atentados contra la agricultura familiar se mantienen. Es allí donde Alcarràs expone un conflicto que cada integrante intentará resolver a su modo, pero donde se confirma que el capitalismo avanza naturalizando su mentalidad individualista. La canción se repite, las historias del abuelo también y resulta necesario detenerse a oirlas. Sus relatos nos hablan sobre el origen de los cultivos defendidos por un espíritu colectivo y de camadería. Término que parece olvidado en un presente donde la tecnología borra las identidades de los pueblos, y quizá lo que nos deja Simón no sean demasiadas certezas sino la urgencia de repensar nuestro tiempo y considerar los huecos de resistencia para que la camadería —no solo en el campo, sino en las acciones cotidianas— recupere algún sentido.

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