QUIZÁS EL AHOGO SEA LO ÚNICO QUE NOS QUEDA: «EL GRAN MOVIMIENTO» (2021), DE KIRO RUSSO

por Mercedes Orden

La oscuridad define los ambientes, la nocturnidad los estados. Una oscuridad costiana es trasladada a América del Sur. Aquí donde no encontramos a Ventura o a Vitalina, aparece Elder Mamani (Julio César Ticona) con sus dolores a cuestas. Junto a él, dos amigos avanzan sin tener claro el destino. Una movilización para exigir puestos de trabajo justifica su presencia en La Paz y, al no encontrar respuestas, comienzan a deambular por esa ciudad que les resulta ajena, sin un lugar donde caer. Hasta que aparece Mamá Pancha (Francisca Arce de Aro), quien está convencida de ser la madrina de Elder y se propone ayudarlo de algún modo. El gran movimiento se compone como una sinfonía de la ciudad. No es la Berlin de Ruttmann, sino La Paz de Kiro Russo. Los ruidos de la hora pico acompañan la intensidad de unas imágenes que resultan hipnóticas al interior de la sala de cine. Sonidos de un escenario alienante, donde sus habitantes transitan el caos, pero también donde algunas conversaciones logran aislarse y reflejar distintas situaciones de malestar, sea por la muerte de un ser querido, la pérdida de un empleo, o alguna dolencia física.

Mamani metaforiza el cuerpo minero, doliente, como consecuencia de las condiciones laborales de un capitalismo cruel, donde la obsolescencia no solo se detecta en la forma de producción de los objetos, sino también en la comprensión de una fuerza de trabajo descartable, reemplazable, alejada por completo del oficio artesanal. Esa pugna entre un presente y pasado aparece bien representada a lo largo de la película. Las ruinas resisten en la misma ciudad donde los edificios crecen y se acercan cada vez más a los cielos. Los aspectos mágicos rituales también proponen sus resistencias y se hacen presente en los rincones donde el pensamiento científico-técnico falla en el intento de encontrar respuestas para cada suceso.

El modo en que cada rostro queda retratado en primer plano recuerda a la observación sensible y el compromiso con el pueblo de las películas de Jorge Sanjinés. La feria se convierte en el espacio privilegiado. Hacia allí van estos jóvenes de Oruro sin otras posibilidades laborales, mientras los afiches que se aferran a las paredes de las calles muestran un futuro próspero para quienes tienen acceso a la educación privada. Un futuro engañoso, que resulta cada vez más difícil de acceder para estas generaciones que ya no se las puede pensar en tanto obreras, porque ni siquiera cuentan con la posibilidad del acceso a un empleo. Como escribía Mark Fisher en su Realismo mágico : «El periodo de trabajo no alterna con el de ocio, sino con el de desempleo. Lo normal es pasar por una serie anárquica de empleos de corto plazo que hacen imposible planificar el futuro».

El escenario actual no brinda demasiado optimismo, sin embargo, el placer también encuentra sus estrategias de supervivencia, aunque sea de un modo efímero. Las mujeres en la feria se ríen, hacen bromas, encuentran su forma de disfrute, de comunión y serán ellas una de las únicas maneras en que el director nos acerque a este estado, junto a los momentos donde el tiempo queda suspendido por pasos de baile. En la pausa está el goce, la evasión. Luego habrá que volver a encontrar alguna changa, cargar cajones, pedir que la paga no sea tan miserable, o caer del dolor ignorando si hay posibilidad de volver a levantarse.

En el Super 16 mm, la película de Russo brilla. Es el exceso de oscuridad lo que permite apreciar la luz, sea en medio de los días en la ciudad, los animales, los rostros, las linternas de los trabajadores al interior de las minas o al interior de una boca. Como ocurría en Viejo Calavera, esa oscuridad se convierte en personaje y tema. Allí donde la luz no llega, aparece Max (Max Eduardo Bautista Uchasara), una especie de chamán que encuentra en lo sobrenatural una posibilidad de volver a iluminar, de recuperar todo esos recursos que el extractivismo no solo le ha quitado a los entornos, sino también a las personas. La fragilidad y la asfixia de Mamani confirman un cuerpo como superficie de sacrificio. Pero la pregunta última quizá sea ¿Qué objeto tiene tal acto sacrificial?

Bolivia / Francia / Qatar / Suiza, 2021
Dirección, Guión, Diseño de Arte: Kiro Russo. Fotografía: Pablo Paniagua. Edición: Kiro Russo, Pablo Paniagua, Felipe Gálvez. Sonido: Mauricio Quiroga, Mercedes Tennina, Juan Pedro Razzari, Emmanuel Croset. Producción: Kiro Russo, Pablo Paniagua, Alexa Rivero Compañía. Productora: Altamar Films. Intérpretes: Julio César Ticona, Max Bautista Uchasara, Francisca Arce de Aro, Israel Hurtado, Gustavo Milán Ticona. Duración: 85 min.

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