Por Mercedes Orden
La bailarina del futuro será aquella cuyo cuerpo y alma hayan crecido juntos tan armónicamente que el lenguaje natural de esa alma se convierta en el movimiento del cuerpo.
Duncan, Isadora (2003). El arte de la danza y otros escritos.
¿Puede una película basada en una obra de Isadora Duncan (1877-1927) ser para todos los públicos o está obligada a resignarse en caer en el especializado, amante de la danza contemporánea? En su nueva producción, Damien Manivel apuesta y acierta al confiar en que la primera opción es válida a partir de construir un relato estructurado en tres historias. Allí, cuatro mujeres interpretan, de forma personal, la obra Mother, de Duncan, basada en un hecho que cambió la vida de la bailarina: la muerte de sus pequeños hijos al caer el auto en que viajaban al río Sena, en 1913.
Los hijos de Isadora (Les enfants d’Isadora) pone en escena a personajes que dan vida y otorgan a la pieza su impronta. Manivel retoma la visión de Duncan quien estaba convencida de que la danza no pertenecía a nadie, con la finalidad de reflexionar acerca de la democratización del arte y, específicamente, de la danza libre donde esta mujer fue una de sus máximas exponentes. La propuesta es ubicar a los cuerpos en el centro. Cuerpos que en su alteridad, encuentran un hilo conductor, que son observados a partir de su potencia creativa del mismo modo que lo hacía la bailarina.
Los sentimientos se ubican en los pasos, en los movimientos que imitan el dolor de una madre ante sus hijos fallecidos, cooperando en construir una visión de la danza como un modo de resistencia ante el dolor, una alternativa para atravesar el mismo. Es en este punto donde la película se distancia del preconcepto de un público selecto como destinatario de Les enfants… en tanto aborda temáticas universales como son el duelo y la corporalidad.

Duncan proponía expresar los sentimientos del alma con sus pasos y las cuatro mujeres comprenden esa necesidad a partir de la búsqueda que lleva adelante cada una. La primera de ellas, es una joven bailarina cuyo tiempo se divide entre la lectura de los diarios de Isadora y la práctica de sus pasos. La segunda historia es la de una profesora que prepara la pieza junto a una alumna con síndrome de down. Entre los ejercicios, aprovechan para hablar acerca de sus vidas y aprender una de la otra. La cuarta, es una espectadora que se conmueve ante la interpretación de esta danza y realiza una propia sin que sus dificultades motrices le resulten un impedimento.
“El gesto tiene una significación”, dice la profesora. Frase que nuclea la intención de la nueva película de Manivel al poner su atención en la falta y en la construcción que ésta permite. Lo hace a partir de una fotografía donde la suavidad de los movimientos acompaña la cadencia de los pasos. La prioridad es el lenguaje no verbal, la diversidad de los cuerpos que bailan en distintos espacios, que los habitan de diferentes formas, con la subjetividad a cuestas.
Los hijos de Isadora puede comprenderse como un claro homenaje a la bailarina norteamericana, pero no encuentra allí su clausura sino que se abre en su amor y respeto por la danza y el arte en general; por lo que conmueve, resiste y acompaña los momentos más dolorosos que nos atraviesan.
Francia, Corea del Sur, 2019. Dirección: Damien Manivel. Guion: Damien Manivel, Julien Dieudonné. Fotografía: Noé Bach. Montaje: Dounia Sichov. Producción: Martin Bertier, Damien Manivel (MLD Films). Fotografía: Noé Bach. Montaje: Dounia Sichov. Reparto: Agathe Bonitzer, Manon Carpentier, Marika Rizzy, Elsa Wolliaston. Duración: 84 minutos. |