
Pienso en Aquarius y no invoco tanto el recuerdo de una película como el de una mujer. Es decir, la mujer que me mostró esa película y que trascendió los confines del formato artístico para volverse parte de algo más grande y ligeramente abstracto en mis pensamientos de los días subsiguientes. Clara, la mujer que interpreta la maravillosa Sonia Braga en el film, me acompañó ayer a la tarde mientras miraba los precios en la verdulería, y la mañana anterior al caminar por las calles del barrio junto a mi perro mientras el canto frenético de los zorzales anunciaba la implosión del día. No es que pensara en Clara, simplemente ella me acompañaba y yo quería permanecer a su lado, como cuando recién conocemos a alguien increíble y de repente la vida se vuelve una plétora de pequeños sucesos maravillosos, uno tras otro. No fue tan así, pero estuvo muy cerca. Hay algo en la sinceridad de Clara que me tranquiliza. La intimidad y la confianza que me generan las personas frontales me hace desestimar aquello que alguna vez ponderé en la sensualidad del misterio, en los rodeos o en el silencio. Para mi, ahora, lo sensual es no esconder nada. La sensualidad reside en la acción, en la valentía y en el desparpajo. Lo sugerente, tal vez, formó parte de mi primera juventud y ahora creo que voy por la tercera o la cuarta. Sin embargo, y como contrapunto de la frontalidad de Clara, en la película hay muchas cosas que están dichas subrepticiamente, con imágenes y sonidos que son símbolos por desmenuzar y que están en un segundo plano, al margen de la acción de los personajes. Es como si todo lo que rodea a Clara estuviera ahí para decirle algo (decirnos algo a nosotrxs también) y lo único que tenemos que hacer es agudizar el sentido para poder escuchar e interpretar. La musicalidad cristalina de un manojo de llaves que suena por detrás del diálogo que Clara mantiene con dos tipos despreciables, puede ser una vía de escape, una salvaguarda, un recordatorio de que a pesar de lo ruin del mundo, también hay cierta magia. Y en esa magia reside un gran poder que puede sernos útil a la hora de librar nuestras batallas. A mi me hace pensar en Las enseñanzas de Don Juan porque esas cosas, formas, objetos de la vida cotidiana y presencias fantasmales en la vida de Clara, son aliados que habitan lo insospechado y representan la metáfora que hay detrás de los acontecimientos más mundanos, esos que pasamos por alto justamente porque están siempre ahí, formando parte del automatismo llano de nuestra vida diaria. En una escena en la que Clara se prepara para meterse en la ducha, vemos la cicatriz en su pecho como testimonio del cáncer de mama que padeció y finalmente venció en su juventud. El cuerpo de Clara también nos está hablando. Al menos a mí, parece decirme: “Las heridas forman parte de nuestra transformación y nuestra historia. Las cicatrices no señalan que estamos rotas, más bien demuestran que hemos sanado”.