ASESINADXS EN DEMOCRACIA: «UN CRIMEN COMÚN» (2020), FRANCISCO MÁRQUEZ

por Mercedes Orden

En 2017 el policía Luis Chocobar asesinó por la espalda a Juan Pablo Kukoc, en el barrio de La Boca, alegando legítima defensa, luego que el joven haya asaltado y acuchillado a un turista estadounidense y —según la versión del policía— intentado abalanzarse sobre él. Hace poco más de un mes se conoció la sentencia: dos años de prisión en suspenso y cinco años sin ejercicio de su profesión para quien popularizó con su apellido el protocolo de gatillo fácil (Resolución 956/2018) avalado por el ex-presidente Mauricio Macri y Patricia Bullrich, mientras el menor de edad que fue imputado tras el delito fue condenado a nueve años de prisión por tentativa de robo y homicidio. Opto por pensar en la necesidad de acercar de manera más frecuente estos temas de agenda política y social al campo de la crítica cinematográfica, advirtiendo que el intento de mantenerse por fuera, quizá con la ilusión de evitar una toma de posición, conlleva también su sesgo ideológico. Como planteó Eliseo Verón en su semiosis social —y qué incómodo resulta citarlo aquí cuando el semiólogo fue uno de los encargados de intentar revertir la imagen negativa del ex presidente Eduardo Duhalde—: «toda producción de sentido es necesariamente social».

Un crimen común, la última película de Francisco Márquez (director de Después de Sarmiento, co-director de La larga noche de Francisco Santis) puede ayudarnos en este ejercicio de pensar los films sin invisibilizar el contexto de producción y recepción estableciendo un análisis que acompañe la vida cotidiana, una crítica social que continúe las películas más allá de los créditos. Aquí se presenta a Cecilia (Elisa Carricajo), madre, profesora, jefa, amiga quien ve su rutina quebrantada por un hecho de represión policial. Su vida de clase media repartida entre la crianza de su hijo, la universidad, las salidas y los planes a futuro son puestos en suspenso cuando una noche de lluvia un desconocido golpea la puerta de su casa. Pronto descubre, sin querer hacerlo, que es Kevin, el hijo de su empleada doméstica (Mecha Martínez) a quien la policía hace tiempo hostigaba y que luego de este suceso aparecería asesinado.

Un crimen común ubica en escena un asesinato como muchos otros naturalizados al interior de la sociedad cuyo blanco parece estar siempre en el mismo sector. Márquez bucea en la psicología del personaje a la vez que propone un thriller sutil que intenta alejarse de los clichés con el fin de plantear una problemática verosímil respecto de los crímenes institucionales que ocurren a diario, parándonos en una perspectiva foucaultiana, como parte de los mecanismos de disciplinamiento moral ejercidos por un aparato represivo en su deseo de salvaguardar derechos y seguridades de una sola clase. La casa, la universidad y el parque de diversiones hacen a los climas y territorios por donde la protagonista transita antes de quedar hundida en lo desconocido y verse obligada a atravesar nuevos escenarios en soledad, sin que nadie pueda llegar con ella hasta el fondo, sea de su conciencia o de un barrio popular. Conciencia que pesa, que busca desesperada restablecer su equilibrio y lleva a preguntarnos si asusta más un desconocido que golpea la puerta de madrugada en una noche lluviosa, o las fuerzas de seguridad que desaparecen y asesinan a pibes y pibas en barrios donde las muertes, el hostigamiento, las torturas y persecuciones son una forma de educar; donde los derechos humanos no parecen existir y el miedo se convierte en una especie de panóptico de todos los días.

Producida por Pensar con las manos, la película expone ciertos similitudes y contrastes entre Cecilia y su hijo- Kevin y su madre, que hacen emerger ciertos interrogantes, a saber: ¿Cuál es el lugar de la clase media frente a los hechos de gatillo fácil y la violencia policial? ¿Qué se debería hacer no solo en las discusiones académicas sino en tanto sociedad para evitar que estos casos se multipliquen? ¿Cuáles son las deudas de este gobierno frente a la violencia institucional? Entre la teoría y la práctica, la película nos acerca un abismo, pero también la oportunidad de reflexionar sobre las demandas del campo popular que, en tanto continúan pendientes, no podemos dejar de conversar.

En épocas donde un virus mortal exhibe la dificultad para comprender las responsabilidades sociales —pensadas a modo sartreano como si el infierno fuera el otro, quizá para no tomar en consideración la angustia que genera el propio accionar— y la ultra derecha aprovecha cualquier espacio para difundir sus mensajes punitivistas e intolerantes, otorgándole a sus discursos una lavada de cara libertaria, resulta indispensable mantenerse cerca de un cine que plantee denuncias e interpelaciones sobre el rol que cumplimos cada uno/a desde lo individual y colectivo como así también repensar cuál es la posición que toma la crítica frente a estos textos y contextos, dejándonos incomodar por la ideología mientras recordamos la pancarta que cita a Frantz Fanon en La hora de los hornos (Solanas, Getino 1968): Todo espectador es un cobarde o un traidor.

Argentina, Brasil, Suiza, 2020
Dirección: Francisco Márquez. Guion: Francisco Márquez y Tomás Downey. Productoras Ejecutivas: Luciana Piantanida y Andrea Testa. Director de Fotografía: Federico Lastra. Directora de Arte: Mariela Ripodas. Director de Sonido: Abel Tortorelli. Montajista: Lorena Moriconi (EDA). Producción: Pensar con las manos (Argentina) en coproducción con Multiverso (Brasil) y Bord Cadre (Suiza). Productora asociada: Sovereign Films (Reino Unido). Duración: 96 min.

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Juan López dice:

    Chocobar es un héroe y el otro era un delincuente.

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    1. Nadie debe matar por la espalda.

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      1. Juan Pablo Kukoc dice:

        Ni de frente

        Me gusta

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