«BLANCA» (2021), NICOLÁS GÓMEZ PORTILLO. ESCRIBE: T AUGUSTO PEREIRA #OBERÁENCORTOS

por T Augusto Pereira

T Augusto Pereira es doctorando en Estudios del Discurso en la Universidad Federal de São Carlos y crítico de cine.
Fue editor de la revista Disparador y actualmente está investigando la relación entre la producción editorial libresca y el surgimiento de una «nueva derecha» en el ámbito brasileño.
Su interés es guiado por las formas en que las producciones culturales y artísticas patrocinan y/o posibilitan las interpretaciones – en el juego de significados – que sirven a propósitos que no terminan con las producciones en sí.
En otras palabras, su preocupación es la relación entre el carácter estético característico de las producciones artísticas e intelectuales modernas, es decir, con su forma – y su respectiva afiliación y/o apertura de sello discursivo.
Es, por lo tanto, un defensor de la crítica cinematográfica como herramienta inclusiva, democrática y pivotante en el eje de la relación entre la producción cinematográfica y la necesaria resignificación de ésta por parte de las comunidades latinoamericanas, abogando por una visión personal y no cosmopolita.

Existe, en la crítica cinematográfica —como en el periodismo— la vocación de decir sólo lo que aún no se ha dicho y, en la imposibilidad real de hacerlo, contentarse con, por el contrario, al menos decir lo mismo de forma que sea «nuevo».

Sin embargo, si algo hemos aprendido de estar vivos en medio de una epidemia global *, es que, al menos en términos estéticos —y defino la estética como nada más que la conciencia consciente de hacer que las cosas se sientan— estar inclinados a decir lo mismo de una manera más diferente ya no es, como antes, menos malo que decir lo mismo de la misma manera que de costumbre.

Con el primer Wittgenstein, me hago eco de la intuición de que, frente a aspectos excesivamente humanos de la naturaleza —cuando humano significa oposición a lo maquínico y a la Lógica que la anima—, en lugar de la insistencia del habla (y del logos / palabra que lo inspira), hay que brindar, ¡y brindar con entusiasmo! – el silencio y su placer.

De hecho, cuando investigué, en mi Maestría, aspectos de la relación histórica que se estableció entre las producciones argentinas y brasileñas (en cine y literatura) y sus respectivos Censores de Estado (e investigo el intervalo entre los años 1966-80), me comprendió que el silencio, al igual que las cosas dichas, no ‘significa’ la ‘misma cosa’ en todas partes y en todo momento, y, sobre todo, no significa ‘nada’ cuando, por circunstancias externas, se presenta como una opción sensible, necesariamente sensible, a la coacción / interdicción del logos / palabra.

Y nótese que el tema en el que me estoy centrando aquí implica, al menos para un crítico de cine, que es necesario entender que el silencio es, la mayoría de las veces, más elocuente que el discurso, justo cuando, para el crítico, es prácticamente imposible ser crítico sin recurrir a las palabras.

Con razón compartimos la creencia de que la escritura de un crítico, cuando de hecho es crítico, también realza la voz del artista en la obra. Siempre hay mucho que decir en una película, y siempre mucho que decir sobre una película, y por eso afirmo y reafirmo con tanta vehemencia que las películas necesitan críticos como los críticos necesitan películas: porque una película en sí misma no es capaz de decir todo sobre sí misma.

Por otro lado, es más fácil entender que un crítico no es capaz de decir, él mismo, todo sobre una película (una película que ni siquiera hablaba de sí misma), y, precisamente, existe la exigencia de la crítica por escrito —y, en particular, el fomento de una pluralidad de looks y estilos—.

Pero es necesario, sobre todo, respetar la obra en su verdad más íntima, para que la crítica sea, de hecho, crítica. Y esto a riesgo de sacrificar lo que debe decir el crítico de una obra, en favor de una preocupación por cómo debe decirse una más de la misma para distinguirse de su doble igualmente estéril.

Con “Blanca” (2021), de Nicolás Gómez Portillo, por ejemplo, la pregunta se presenta como un enigma: cómo se puede ser crítico, en la escritura y en el estilo, cuando, en realidad, se sabe, sin sombra de duda, que lo que necesita “Blanca” (la obra) es alguien que se calle en frente de eso.

¿Cómo es posible, queridos amigos, escribir una crítica —una crítica con “C” mayúscula— que no amplifique, con el megáfono del crítico, la voz de quien nos habla, en la pantalla, en la forma de una obra? ¿Cómo podemos, como críticos de cine, para silenciar al autor que se presenta en la obra como alguien que no puede hablar? ¿Cómo respetar esta sensibilidad a la hora de sacarla a la superficie? Y, quizás más urgente que las preguntas ya formuladas, aún era necesario preguntarse: ¿por qué alguien querría escribir una reseña en estos términos?

Porque “Blanca” no es una película de la cual se deba hablar últimamente, es decir, porque “Blanca” no es una película en la que la construcción autoral que constituye su obra deba contaminarse con los logotipos de una crítica- y mucho menos con las intenciones de su autor.

Y fíjense que lo que aquí se dice de «Blanca» es que decir que de «Blanca» es mejor no decir nada, es, en términos estéticos, decir que lo más crítico que puede ser de «Blanca» es decir nada —cuando no decir nada significa respetar el núcleo de lo que su autor ni siquiera es capaz de decir cuando enuncia—.

Pero usted, querido lector, no se dará cuenta pronto de que no puede culparme a mí ni al autor de la película en cuestión cuando finalmente la vea. Hay cosas de las que no hablamos por miedo a que nos sucedan a nosotros y a quienes amamos. Pero también hay cosas que, una vez que llegan a aquellos que amamos (o a nosotros mismos), no se ajustan a las palabras que tenemos.

Es en este sentido que el ambiente de un hogar, tan ordinario como el que vemos en “Blanca”, lleva, como dibuja el poeta Drummond de Andrade, todo “el peso del mundo” sobre sus hombros. Entonces si de algo se va a hablar en «Blanca» es quizás de los hombros de Blanca, tan fácilmente desnudos en el lienzo para que tú y yo sepamos, con lo que no se dice sino que se ve, de quién precisamente, no necesitamos hablar para entenderlo todo. En este pacto íntimo, hecho entre ambas partes interesadas –nosotros, los muchos extraños, y ella, que también se da a conocer en el proceso que tiene lugar en la pantalla–, la presencia de Blanca nos conmueve tanto como las muchas criaturas fantásticas que hay en ella. Entorno privado.

De esto se trata “Blanca” y es también por eso que no se debe decir aquí, sin correr el riesgo de dejar de ser “crítico”, lo que sabemos solo se puede entender (y mostrar) en las raras ocasiones en las que renunciamos a las palabras, siempre que el silencio sea, como se ha dicho, una opción sensible, necesariamente sensible a la coacción del logos / palabra.

Imagínense tener que hacer una película precisamente sobre la angustia de no poder encontrar palabras para organizar lo que sientes… una película así solo podría ser una película sobre sentir con silencio el peso del mundo sobre los hombros de alguien que se ama. Y eso es lo que es «Blanca», después de todo.

Cortometraje que forma parte de la Competencia Oficial de #18 Oberá en Cortos
Sala Virtual: www.oberaencortos.com

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