Por Mercedes Orden
Todo comienza por el autorretrato. Juan Martin Hsu (La Salada) se filma en el baño del aeropuerto antes de viajar, junto a su hermano, para reencontrarse con su madre luego de diez años. La inscripción del cuerpo se observa frente al espejo. Los movimientos de la cámara en mano señalan una urgencia por testimoniar sin importar la forma, por comenzar este relato en primera persona ignorando hacia dónde irá. Una idea motoriza el recorrido: conocer la historia detrás del asesinato de su padre, hecho que llevó a la mujer a tomar la decisión de abandonar Argentina. Ya no se trata de él, sino de les tres en escena, y algunes cuantes más.
La luna representa mi corazón construye un retrato familiar basado en dos viajes a Taiwán: el reencuentro en 2012, y la vuelta en 2019, que acompaña otra búsqueda estética y respuestas no dadas siete años atrás. La dificultad para poner en palabras los sentimientos atraviesa a cada integrante. La pérdida es un concepto en común puesto en cuadro que el director trabaja en una relación donde la cercanía y la distancia no parecen ser opuestos sino dos formas de enfrentar la ausencia.
«Les pido que no piensen en él», dice la madre ante las primeras preguntas que hacen sus hijos intentando descubrir la vida y muerte del padre. No siente que haya mucho por decir o quizá no haya podido perdonar. Nombra la mafia, a otra mujer, los restaurantes que tenían, la dificultad idiomática y eso es todo. No hay recuerdos del hombre, tampoco fotografías que ayuden a recomponerlo. En contraste con otros documentales donde las pintorescas grabaciones caseras parecen justificar el relato —como si fuera suficiente con un buen uso del montaje para interesar e interpelar a les espectadores— el camino que lleva adelante Hsu confirma su valor al proponerse construir partiendo del absoluto vacío.

Si en Adiós a la memoria (2020) Nicolás Prividera encontraba cierto gesto irónico en un padre que quiso olvidar su pasado y terminó por lograrlo —a causa de la demencia—, en la película de Hsu la carencia de recuerdos también parece actuar como un arma de defensa frente al dolor que implica un hecho traumático. El silencio, la negación y clausura parecen ser parte de un mismo mecanismo de resguardo de la mujer, con los que ahora el hijo se ve obligado a combatir en un intento de preguntarse acerca de su identidad y en medio de la necesidad de poder comprender el pasado.
Entre canciones de rock argentino reversionadas en chino, paseos por Taiwán, momentos compartidos, cigarrillos y alcohol, La luna representa mi corazón —nombre heredado de la canción popular— busca diferentes materiales para otorgarle un cuerpo a la ausencia. La ternura, la distancia y el dolor confluyen en una narración donde la complejidad del lenguaje documental apela a elementos de la ficción que cooperan en la construcción de la memoria.
La asfixia de un departamento donde las charlas importantes se establecen entre paredes con dibujos de Mi vecino Totoro atestiguan no solo las preguntas por el pasado, el terreno íntimo y lo particular, sino también maneras de visibilizar y repensar temáticas como la inmigración, la violencia machista y los secretos al interior de un relato familiar que atraviesa diferentes países, tiempos y contextos políticos. Las preguntas nunca son suficientes para saciar el vacío que genera lo desconocido, pero son una posibilidad para acercarse, para buscar las palabras, las imágenes, los sonidos y la música que ayuden a representar la falta.
Argentina, Taiwán, 2021 Dirección, guion: Juan Martín Hsu. Fotografía: Tebbe Schöeningh. Edición: Ana Remón, José Goyeneche. Sonido: Nicolás Torchinsky, Flavio Nogueira. Producción: Mariana Luconi. Compañía productora: Protón Cine, Zebra Cine. Duración: 102 min. |