por Mercedes Orden
El cuerpo por delante, luego el resto. Ese movimiento al que la filmografía de Martin Farina nos tiene acostumbradxs, observa en Los niños de Dios a su primo a través de contornos difuminados, hasta lograr hacer foco y convertirlo en el punto central de diferentes recorridos, que van de la religión a la medicina, para cerrar su trilogía compuesta por El lugar de la desaparición y Cuentos de chacales. Una subjetividad donde la supervivencia y el aislamiento se convierten en un gran ruido, en un grito o una explosión que logra extinguir el peso de lo no dicho. Testimonios actuales se intercalan con escenas de reuniones íntimas vistas en pasado y presente. Las formas en que lo conocido muta hace al conjunto que el director atiende, junto a las interpretaciones de sus protagonistas. Esas mutaciones son una manera posible de acercarse a este largometraje que no encuentra una forma cerrada, sino que bucea por diferentes territorios donde lo familiar se enrarece y toma un aspecto siniestro.
Una pregunta acerca de lo propio actúa como disparador para ir en búsqueda de aspectos silenciados. Entre las imágenes de su cámara y las reunidas en el archivo, Farina se acerca a lo inaccesible, en un intento por comprender mientras filma. El significante «familia» es nombrado en minúscula y mayúscula: en tanto institución creadora de sentidos, pero también la comunidad/secta internacional religiosa «Los niños de Dios», creada en 1969 por David Berg, denunciada por múltiples abusos y violaciones a menores. En medio de estos significantes, lo ominoso —das Unheimliche, en el análisis freudiano— actúa a partir de convertir lo íntimo en algo angustiante, pero usando el cine para poder otorgarle una forma al trauma, a los aspectos de no fueron hablados y buscar un modo de trascender el dolor.

Acompañando la cotidianidad de sus primxs —Sol y Francisco Cruzans—, el director pone su atención en las frases bilingües, los sueños, los recuerdos que mencionan de cuando eran parte de La Comunidad. La infancia distinta, el intentar convencer a lxs amigxs de su necesidad de salvación (sea con dibujos o palabras), el alejamiento familiar, las noticias sobre abusos sexuales son algunas de las marcas que ahora vuelven. Apoyado por una mixtura de materiales y territorios, el silencio muestra sus huellas. Los miedos, las frustraciones, son nombrados de diferentes formas, pero también interpretados y canalizados de múltiples maneras de las que el cuerpo no resulta exento sino que se confirma el sistema inmunológico como uno de los principales afectados.
Martin Farina propone un relato que atraviesa su crianza, en una resignificación de la historia y la memoria. Lo velado, lo maquillado es parte del acto enunciativo. Nuevamente el director bucea en lo conocido y se propone verlo a partir de la extrañeza (sea una persona, un carnaval, o el círculo íntimo). La enfermedad de su primo y la de su tía actúan como disparador y encuentran su vínculo con la religión y una creencia que ha cambiado su forma, pero continúa siendo parte de los rituales diarios de la familia. Lo propio y lo extraño son ideas que surgen en ambos conceptos, marcando sus límites e invitando a pensar al material fílmico como parte del proceso de curación, comprendiendo que también las ausencias nos dicen y exhibiendo los huecos donde el pasado encuentra aún sus resistencias.
Argentina, 2021 Guion y dirección: Martin Farina. Producción: Martín Farina, Mercedes Arias. Protagonistas: Francisco Cruzans, Sol Cruzans, Silvia Markus. Intérpretes secundarios: Juan Ignacio Serrano, Lucía Gossen, Rodrigo Villani, Verónica Argenzio. Voz en off: Ana Schmukler, David Scotte. Edición y fotografía: Martín Farina. Consultoría de montaje: Lucía Torres Minoldo (EDA) Cámara: Martín Farina, Tomás Fernández Juan, Javier Ramallo. Postproducción de sonido y mezcla: Gabriel Santamaria. Duración: 69 min. |