Poético es lo que corta en nosotros el deseo de reducirlo todo a las medidas de la razón.
Bataille, G. en «De la edad de piedra a Jacques Prévert»
El cine se convertiría en el instrumento perfecto capaz de revelarnos los múltiples mundos posibles que coexisten cerca de nosotros.
Ruiz, R. en «Por un cine chamánico»
La memoria como un grito o un estruendo desde el centro de la Tierra, como manos que se unen en plena comprensión de unx otrx —que es también unx—, o los rastros de otros tiempos que aparecen en forma de restos exhumados. Memoria de una ciudad siempre en estado de alerta, con sus ruidos y figuras fantasmagóricas, junto a una mujer cultivadora de orquídeas que recorre los espacios tratando de comprender algo acerca de un presente que se exhibe feroz, en medio de la pérdida de su pareja, la extraña enfermedad de su hermana, las noches de insomnio y nuevas amistades que surgen a partir de las adversidades. Jessica (Tilda Swinton) avanza por las calles buscando alguna certeza. El sonido vuelto obsesión, que irrumpe su vida y atenta contra el deseo de esta mujer proveniente de Escocia, de poder adaptarse al espacio que habita, la lleva por diferentes territorios hasta dar con un ingeniero de sonido que le ayude a buscar respuestas para tanta extrañeza.
En Memoria, Apichatpong Weerasethakul vuelve a proponer a sus espectadores una experiencia de entrega sensorial a partir de interrogar el presente con una mirada singular que no pretende clausura, sino su contrario. La apertura se manifiesta como parte de un cine que se aleja del razonamiento instrumental y encuentra su valor en otros espacios, abrazando la tendencia hacia lo inexplicable y percibiendo la poesía como un posible punto de llegada. Ya lo formulaba Georges Bataille: «La poesía no es más que un desvío: con ella escapo del mundo del discurso, es decir, del mundo natural (de los objetos); con ella entro en una suerte de tumba donde la infinidad de los posibles nace de la muerte del mundo lógico», y del mismo modo se puede pensar los diferentes caminos —nunca atajos— que toma este director, las búsquedas que lo interpelan para poder avanzar en medio de una deriva deseada.
La naturaleza se presenta como un territorio seguro y desconocido, inabarcable y tranquilizador, donde todo se revela y lo que no encuentra su explicación por las vías del pensamiento científico, logra dar con una respuesta incluso conservando su misterio. La memoria a la que alude el título nos habla de la violencia que sobrevuela la historia de Colombia, junto a una multiplicidad de formas de invocarla —aunque sea nombrada en singular—: las memorias de Jessica, de su hermana, de un chamán, las de la ciudad y la selva amazónica, reunidas en conjunto por Weerasethakul, quien parece tener la misión de reencantarlo, de devolverle el misterio y su potencia a un mundo donde todo intenta ser reducido a la medida de la razón.

En su proposición «Por un cine chamánico», Raúl Ruiz planteaba «Lo que vuelve único el auténtico viaje son los accidentes mágicos, los cambios de opinión, los descubrimientos, los hallazgos inexplicables, además de las pérdidas de tiempo, tiempo perdido y recuperado en el film». En Memoria todo ello se detecta a partir de la convivencia de distintos materiales expresivos que dialogan en la experiencia de contemplación, la entrega al misterio y la complejidad del presente, al proponer escenas inolvidables como la del hombre que puede a soñar y morir en simultáneo, a pedido de la protagonista. El sonido del agua que avanza y el viento que sopla diferentes tiempos nos confirman que nada está detenido, sino que en la lentitud de los gestos, en los movimientos suaves de la cámara, en el tiempo perdido y recuperado, los sucesos personales e históricos siguen su cauce, viajan y se mantienen en un constante movimiento.
Ruiz defendía la idea de pensar «un cine capaz de dar cuenta prioritariamente de las variedades de la experiencia del mundo sensible», Apichatpong Weerasethakul recoge ese guante chamánico mientras observa los recovecos de lo sagrado, busca nuevos territorios y expone la belleza que los instantes, los pasados y futuros, pueden entregar en paralelo. Nos acerca a lo que queda cuando lo material se ausenta. Lo residual se establece como un modo de permanencia. Sea en un ruido, un perfume, una estatua o un cuerpo, la memoria otorga entidad de existencia, logra representar lo que falta.